Un día en la vida

manuel Barea /

Tapa del día: farlopa

Aver, un debate, pero no sobre política, ¿para qué? Aunque como dijo Pasolini, todo es política, sobre todo el sexo. El que planteo es hostelero, relacionado con la restauración, gastronómico. Ojo, nada que ver con la disyuntiva carne o pescado, tesitura que nunca afectó al director italiano.

¿Qué prefieren ustedes, un camarero espídico o un camarero somnoliento? ¿Un cocinero aburrido y cansado o un chef animado e inventivo? Probablemente hayan padecido alguna vez el síndrome del cliente invisible: los camareros reparan y atienden a todos los comensales mientras que en usted crece la idea de que, sencillamente, no existe. Tal vez es que ellos sean ciegos. O que vayan ciegos.

Puede ser esto último. Es que el otro día vi en internet (El comidista) que un cocinero televisivo de Eslovenia fue grabado mientras cortaba milimétricamente con una tarjeta de crédito junto a sus fogones dos buenas lonchas... de farla. La anécdota servía al autor del reportaje para indagar en el vínculo cocina-cocaína. Y, por lo visto, haberlo haylo. La presión y el estrés por acaparar estrellas y acumular tenedores en las guías gastronómicas más prestigiosas no dan tregua. Hay que mantenerse espabilado. Al límite. Así que cociendo, asando, friendo y salteando los jefes de cocina acaban cocidos, abrasados y con la naripa ardiendo como una parrilla.

Siempre vi la cocina como un lugar cálido y relajante, de tiempo lento, un dominio del matriarcado en el que se respiraba un agradable aire conventual. Pero nuestra sociedad del espectáculo la ha usurpado para convertirla en un plató con focos y cámaras de alta definición con cocinillas compitiendo ferozmente en un melodrama culinario. No es de extrañar que para superar el miedo al error y el pánico al fracaso se necesite de potentes estimulantes. Y prefiero no pensar en esos minichefs con sus padres emperrados en tener en casa al próximo Ferran Adrià. A mí esos niños cocineros me resultan aterradores.

¿Quién sabe? Tal vez en el futuro proliferen restaurantes con nombres como Farlo's o Tirito's (el apóstrofe es esencial). La versión más castiza -una venta de carretera- será El Sartenazo. Ahí sí estarán justificados esos modernos platos planos de pizarra negrísima en los que degustar una media ración de Rayas Bravas. Igual a los fogones estén ese gran cocinero, Heisenberg, y su pinche Jesse.

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