La ciudad y los días
Carlos Colón
Tesoro de la Iglesia, patrimonio universal
Tierra de nadie
¿Recuerdan las películas de romanos en las que veíamos como llevaban a los cristianos a la arena del coliseo para que los leones los devorasen?, ¿se acuerdan de los gritos del populacho, con los ojos casi fuera de sus órbitas, sus bocas abiertas y babeantes, ansioso de sangre inocente, ávido de espantosos lamentos, disfrutando con el horroroso tormento de quien ningún mal les había hecho?, pues, salvando las obvias diferencias, estamos asistiendo en primera fila a un espectáculo que, si bien y como digo, no tiene -aún- sangre en la arena ni vísceras desparramadas por doquier, para mayor complacencia de los aberrantes espectadores, si demuestra que se mantiene muy viva y actual la actitud desoladora, penosa y muy preocupante de las masas informes y de los individuos amorfos que, faltos de dignidad y de la posibilidad de mantener su propia identidad, se refugian en ellas y en el hediondo anonimato que las determina y caracteriza. La masa, el populacho, o la plebe, como prefieran llamarlo, supone una parte demasiado numerosa, y va en crecimiento, de la ya de por sí rastrera sociedad que la casta gobernante ha ido diseñando para conseguir perpetuarse en un poder que apesta.
Vivimos, dicen, en un Estado de Derecho; la Constitución, dicen, ampara la igualdad ante la Ley de todos los ciudadanos, su derecho a la Justicia y la presunción de inocencia; pero lo cierto es que hoy los ciudadanos de a pie estamos muy lejos de contar con estas garantías, simple y llanamente porque el Estado en el que vivimos no es de Derecho, muy al contrario, cada día que pasa se parece más a una oligarquía mangoneada por una amplia camarilla de mangantes sin escrúpulos ni asomo de honestidad.
Las gentes que hemos sufrido la falta de libertad, la imposición arbitraria, la imperativa necesidad de callar para situaciones mucho peores evitar, o el miedo a vivir bajo un poder sin control y las consecuencias que ello conlleva; sabemos los barros que traen esos lodos. Los que no han pasado por situación semejante, pero aún sin haberla sufrido, pueden hacerse una idea, más o menos fiel, de lo que tal escenario podría acarrear, tan solo ejercitando la mente para lo que la tenemos: pensar. Por el contrario, los que no piensan, los ignorantes, los mono neuronales, los vencidos por el odio, los resentidos sin remedio ni redención, y los pedazos de carne con patas que no valen más que para “sentarse” en las gradas del coliseo y berrear, con sádica complacencia, ante el acoso, padecimiento, o la sangre derramada de los que sufren en la arena, arrojados allí por un poder corrompido y corrupto que avergüenza la razón y hace escarnio de la Justicia; estos -decía- no tienen otro afán en sus mediocres y mezquinas existencias que injuriar, amenazar, apalear, desollar vivos y ver caer muertos a todos los que no les den la razón, comulguen con sus inicuas estupideces, o aplaudan la sarta de indecentes mamarrachadas con las que adornan el patético diario de sus vidas.
Los que más tendrían que callar, habida cuenta de las incontables y obscenas desvergüenzas de sus líderes; de los atropellos cometidos, con prisa y sin pausa, por los que han votado para gobernar; de las traiciones al Estado de Derecho, la Justicia y La Constitución de los que han elegido como sus representantes; de los incumplimientos de la Ley, los atentados a la unidad de España, la desaparición “de facto” de la división de poderes -indispensable, si de democracia hablamos- y los interminables atropellos a la verdad, la dignidad y la lealtad, cometidos por los que han tenido el “acierto” de designar para que nos “gobiernen” a todos; pero en vez de callar e introducir, a continuación y de inmediato, sus viperinas y bífidas lenguas en el primer recoveco que encuentren a mano o a desmano -aunque este fuese oscuro, trasero y profundo-, salen a las calles vociferando, insultando y agrediendo como las alimañas que son, sedientas de colgar culpas de cuellos que no son culpables pero son los que ellas quieren. De nada sirve preguntarles por qué están allí, a quien culpan y exactamente de qué los culpan, que es lo que quieren y lo que no quieren … da igual, porque no tienen respuestas, más allá de groseras memeces, irrisorios exabruptos, descomunales boludeces, diatribas panfletarias, o tan supinas majaderías que abochornarían al mismo Pepe Gotera y a su compañero Otilio -para quienes no los conozcan, lean sus historietas en el TBO-.
Tan sólo una certeza se abre camino entre tanto patán verdulero, tanto descerebrado incondicional, tanto cateto “ilustrado”, tantísima y apoteósica ignorancia, tanto neuronal analfabeto y tanta estrechura mental: “el nivel de la parroquia” está muy por debajo de las alcantarillas del subsuelo. Es inimaginable hasta dónde nos podrá llevar semejante concentración de espesura ¡Miedo me da!
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