Cuarto de Muestras

Tristemente modernos

Lo único que permanecía inmutable era precisamente el escenario, la finca en la que se enraizaba un árbol familiar

Recuerdo ir de niña en coche camino de Sevilla por la carretera antigua y, nada más salir de Jerez, mi padre comenzaba a decir en voz alta los nombres de las fincas por las que íbamos pasando: Pozoalbero, El Nazareno, Ducha, Montegil, Gómez Cardeña, El Torbiscal. Las citaba como quien señala en un mapa su ciudad, un lugar propio y reconocible al que iban unidos sus recuerdos y su visión del mundo. A algunos de aquellos nombres les seguían, situándolos en ese telón de fondo, relatos de muertes, ruinas, casamientos de conveniencia, pérdidas en el juego, herencias envenenadas y todo aquello que la noria de la vida hace con nosotros desde que el mundo es mundo. El campo aparecía según la época del año sembrado de trigo, girasol, garbanzos, algodón, remolacha; tiñendo la tierra de color y promesa; cosechas que, una vez recogidas, sentenciaban el año como bueno o nefasto, en función de las lluvias, vientos, heladas y todo ese lenguaje primitivo y bíblico que aún se usa en el campo y por todo aquel que dependa de lo que caiga del cielo. Lo único que permanecía inmutable era precisamente el escenario, el caserío, la finca en la que se enraizaba un árbol familiar a veces fecundo, a veces frágil, siempre impredecible e inexplicable.

En ese camino a Sevilla de nombres sonoros e historias sorprendentes hacíamos un alto en alguna venta para desayunar. En la Venta Luisa de Lebrija con su árbol domesticado en el interior, en las del cruce de Las Cabezas, donde comprábamos un pan enorme del que salían rebanadas como suelas de zapato de un gigante.

Sí, a Sevilla se podía ir por la autopista, pero, cuando íbamos de excursión, la carretera antigua era ese peregrinaje de historias, paisajes y ventas que se han quedado para siempre en la memoria y que me hacen repetir en silencio la letanía de sus nombres cuando raramente vuelvo a ese camino y a la infancia.

Hoy el paisaje está cambiando a tal velocidad, que el campo tal como lo conocemos desaparecerá en pos de la era industrial de las energías limpias. Los agricultores dejarán de mirar al cielo y a la subvención europea (no se les pueden pedir heroicidades) para cobrar por la instalación de placas solares, molinos de vientos y demás artefactos de la llamada energía limpia. Andalucía dejará de ser granero para ser industrial. Y seremos tristemente modernos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios