Valdés Leal

En el Bellas Artes de Sevilla se exponen ahora algunas obras de Valdés Leal que el visitante usual quizá desconozca

En el Bellas Artes de Sevilla, viejo convento mercedario, se exponen ahora algunas obras de Valdés Leal que el visitante usual, o el mero aficionado a la pintura, quizá desconozca. Una primera es el extraordinario San Jerónimo, cedido por el Prado, que se halla en la planta superior del museo. Otros dos oleos, de impresionante pericia, son las tablas, facilitadas por la Quinta Angustia, donde se figura, al modo clásico, tanto a santa Catalina de Alejandría como al viejo soldado romano, hijo de la Galia Narbonense, que conocemos como san Sebastián, lacerado por las flechas de sus compañeros. Todas ellas tienen una característica común, y es que no se parecen demasiado a la idea de Valdés Leal que hemos extraído de sus lienzos de postrimerías. Otro distingo, no menor, es la meticulosidad pictórica y el magisterio al lápiz y a la pluma que de ahí se infieren, necesariamente.

Quiere esto decir que la exposición del Bellas Artes es una muy buena exposición, comisariada por Ignacio Cano, Ignacio Hermoso y Valme Muñoz, que cumple además con una exigencia del historiador del arte: aquella que lleva a revisar lo sabido, para exponerlo a su verdadera luz, acaso inadvertida hasta el momento. En tal sentido, se nos recuerda la valía de Valdés Leal como pintor de arquitecturas (véanse sus dos Jesús disputando con los doctores y los Desposorios de la Virgen y San José). Arquitecturas que el visitante también hallará, sin salir del Bellas Artes, y sin alejarse del recorrido previsto, en las obras de Juan del Castillo y en el Santo Tomás de Villanueva dando limosna de Murillo. Como sabemos, qué cosa signifiquen tales arquitecturas, aparte del modelo obvio de la Antigüedad, viejo ya de tres siglos, dependerá de si fueron pintadas antes o después de Trento. De modo que todas estas arquitecturas, ahí presentes, son a un tiempo emblema de la Roma pagana y de la celeste, cuya imagen sería fortificada tras la Protesta.

Tanto la arquitectura, como el profundo paisaje que se abre y se abisma en su Predicación de San Juan Bautista, asocian a Valdés Leal con uno de los grandes pintores de la hora barroca: Claude Lorrain, el gran Claudio de Lorena, príncipe de la melancolía. Por otra parte, el pequeño y solemne Cristo yacente de Valdés se halla dispuesto, oportunamente, a unos pasos de la Piedad murillesca. Su Cristo camino del Calvario, sin embargo, nos recuerda a aquellos otros de Sebastiano del Piombo, cuyo pincel ya nunca dejaría de temblar tras el saco de Roma, en mayo de 1527

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