Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
ESTAMOS en el puente de la Virgen de Agosto. Aquí y casi en Pekín. O quizás más sencillo aún: estamos en el puente de la Virgen. Todo el mundo en España sabe de lo que hablamos cuando decimos eso. No hay, quizás, una sola fiesta en esta pobre patria infeliz que sea más celebrada que ésta. Apenas hay un pueblo en nuestra geografía sin Virgen de Agosto. Para agosto, para la Virgen, para entonces. Cuántas cosas en nuestros pueblos tienen con referencia absoluta el día de la Virgen. Ni que decir tiene que ese día es el 15 de agosto. Tal cosa la haremos antes del día de la Virgen y tal otra la dejaremos para después. Incluso no se nombra la palabra día. Esto será para antes de la Virgen y esto otro para después. Escribo esta exaltación marianista y al tiempo caigo en la cuenta de que es esta una fiesta esencialmente rural, campesina, agrícola. La Virgen de Agosto es casi sinónimo de pueblo y no de ciudad. Así pues es este un artículo para los que, como yo, somos más de pueblo que San Isidro. Por ahí andan sociólogos y antropólogos para explicar esta raigambre de la Virgen de Agosto.
Cierto es también que ya la fiesta agosteña no es lo que era. No había más ferias que una, esta de agosto. Se aguardaba con ansiedad, se celebraba con estruendo, se estrenaban vestidos y el pueblo era eso: una fiesta. Más hoy es algo menos. Sigue siendo la fiesta de la Virgen, el día de la Virgen, pero teniendo el calendario como lo tenemos, atiborrado de festejos de tres al cuarto, a esta fiesta ya llega el personal un pelín cansado de jaranas y fiestorras. También a los pueblos han llegado los atilas de la modernidad y el laicismo talibán. También nuestros pueblos han sentido la ola devastadora de esa modernidad huera y hueca que no deja a su paso más que desolación y congoja. Pero en los pueblos se resiste mejor que en las ciudades. Más pequeños, sociedades más reducidas, sí, pero más encojonadas, más cerradas a los vientos de destrucción. La moderna modernidad cree que todo es victoria, que también en los pueblos arrasa todo a su paso, pero no. Allí la gente aguanta el tirón, escudo en mano, agazapados bajo la concha de la tradición, como los valientes iberos resistieron el paso de la pagana Roma. Como estos antepasados, también hoy en nuestros pueblos se lucha cuerpo a cuerpo, casa por casa, contra la espantosa modernidad, que Belcebú confunda, y no tengan duda las fuerzas imperialistas de esta moderna modernidad, serán vencidas. Roma triunfó temporalmente. Algo de ella quedó. Pero venció la Cruz. Con esto pasará igual. Restos del paisaje moderno-modernista quedará, pero la Virgen de Agosto será permanente enseña de su derrota. Ellos pasarán. La Virgen de Agosto seguirá en el corazón y en las entretelas de nuestros pueblos. Así será.
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