Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
CON los efectos de una borrachera de agua he conseguido traducir, con cristalina claridad, uno de los misterios de la historia. Si todo lo que aprendemos desde la ficción o la realidad construye nuestra formación cultural por qué iba a despreciar la esencia del mensaje de un cuento de los hermanos Grimm o de Walt Disney frente a la de una guerra, por ejemplo, napoleónica. Me quiero detener en el valor que tienen en nuestra historia los zapatos. Sí, los zapatos. Simple y llanamente. Los combatientes reforzaban su valentía cuando se calzaban con las botas de los caídos. Muerto el enemigo, o el camarada, los guerreros se calzaban con las botas del fallecido para continuar con más fuerza su lucha entre zarzales y trincheras. Ir descalzo, con los pies desnudos, lidiando entre pinchos, matojos y piedras debilitaba al luchador. Se necesitan zapatos, porque estar descalzo es sinónimo de pobreza, de inanición o debilidad.
Antes y ahora. La Cenicienta calzó su destino por los pies. Sólo sus dedos desnudos conjuntaban con los delantales hasta que un zapato de cristal, ausente de flexibilidad, la alzó al trono real. En el siglo que corre Sara Jessica Parker, en su papel de columnista en Sexo en Nueva York, un zapato joya azul azafata, de Manolo Blanick, es el objeto para la reconciliación de un amor que definitivamente le lleva al feliz matrimonio. La codicia zapatera delató los abusos de Ferdinand Marcos contra su pueblo filipino. Los más de mil pares de zapatos que atesoraba su mujer, Imelda, fueron los auténticos delatores de los crímenes su pueblo que se arrastraba piel sobre tierra.
El día que el matrimonio Marcos huyó de Palacio acosado por la revuelta popular y el ejército, salieron con lo puesto dejando atrás la imponente colección de calzado, ropa y joyas. Ese día Imelda, espetó: "Creen que en mi armario van a encontrar esqueletos y sólo verán zapatos", toda una demostración de abuso de poder. Esos 1.220 pares de zapatos estuvieron expuestos en el Museo Nacional como recordatorio de lesa humanidad. Hoy, esos zapatos están siendo corroídos por la humedad, el moho y las termitas. Aparecen expuestos, fotografiados para que el mundo vea la voracidad de un lujo insultante que representaba la soberbia de una mujer, arropada por su marido y dictador filipino. Despreciaban a su pueblo empobrecido. Aquellos zapatos de lujosas firmas pasaron del Museo Nacional a unas cajas de cartón amontonadas en el palacio presidencial de Malacañang. La humedad del río que lo riega ha acabado con ellos. Hoy la ex primera dama anda descalza. Malherida por la historia, llena de callos por el roce del paso del tiempo. Sin zapatos no se es casi nada. El honor está en vestirse por los pies y equilibrado por una borrachera de agua.
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