Abolir la familia

19 de noviembre 2025 - 03:06

El otro día, en un programa de la SER, una actriz –creo que era actriz– defendió con uñas y dientes que había que abolir la familia. Eso mismo dijo, “hay que abolir la familia”, como si las familias se pudieran abolir por un decreto ley promulgado en un parlamento o en un comité. Desconozco las circunstancias personales de esa actriz, y quizá su infancia estuvo marcada por el dolor y el abandono o incluso los maltratos –pudiera ser–, pero suena bastante ridículo cargar toda la culpa de los fracasos sociales en el papel que han desempeñado las familias, o al menos las familias tradicionales (se ve que las que no son tradicionales, sean lo que sean esas “no-familias no-tradicionales”, no son culpables de nada y por tanto no hay que abolirlas). No sé, todo es muy raro, sobre todo cuando se pide abolir la familia como quien decreta de un plumazo la suspensión de las reglas del bádminton o las normas federativas de la Asociación Nacional de Petanca.

Pero lo que llama la atención es la pulsión totalitaria que se esconde tras las ideas de esta actriz aparentemente tan cool y tan moderna. Porque basta pensar un poco para darse cuenta de que abolir la familia, suponiendo que esa propuesta se llevara a cabo, sólo podría lograrse a través de un Estado policíaco que persiguiera a la gente y la vigilara y la espiara (algún día, imagino, surgiría una policía secreta encargada de perseguir a los matrimonios clandestinos o a la gente que se empeñaba en cuidar a su padre o a su abuela).

Y además, hay que recordar que ese propósito delirante de abolir la familia ya se intentó implantar en la China de la Revolución Cultural y en la Camboya de los jemeres rojos y en la Unión Soviética de Stalin. Todos estos regímenes perseguían la destrucción de la familia porque solamente el Estado podía hacerse cargo de la educación y de la formación ideológica de los niños. Y por supuesto, todos estos regímenes funcionaron como gigantescos campos de concentración en los que se encerraba a la gente con la simple excusa de reeducarla.

Y lo más peligroso es que sea la gente amargada y resentida (no estoy hablando de esa actriz, claro está) quien quiera imponernos unas ideas totalitarias que sólo se basan en su amargura personal y en su resentimiento social. Mal asunto.

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