Lecturas contra el coronavirus

Jesús Rodríguez

El afinador de fuentes (Capítulo 37)

Una vista de la estación de Termini, Roma, en el año 1865.

Una vista de la estación de Termini, Roma, en el año 1865.

Cuando Jacobo volvió a Roma, dejó sus cosas en el hotel y se dirigió a casa de Farinelli.

–Mi querido Jacobo –exclamó nada más verlo, dándole un abrazo, que era el abrazo del oso–, te hemos echado de menos… Giovanna más que yo, por supuesto. Tengo algo para ti.

Tocó una campanilla y apareció una criada. Farinelli le ordenó:

–Trae, por favor, las cartas que están sobre la mesa de mi despacho.

La criada volvió con una bandeja de plata atestada de cartas.

–Vienen de todas partes de Europa –dijo entusiasmado Farinelli–. Hay incluso dos franqueadas en Nueva York. En la mayoría, el nombre del remitente viene encabezado por una corona. Deduzco que el conde ha hablado de ti a todos sus amigos y que no hay casa real ni título de renombre que no sepa que has sido contratado por la emperatriz Valéria, tan querida y admirada en todo el mundo.

Jacobo las fue abriendo una a una y todas tenían un mismo ruego: que llevase su ingenio a las fuentes de sus jardines.

–Ya eres inmensamente rico –dijo Farinelli–. No sé lo que te habrá pagado la emperatriz, pero tengo una idea de lo que te pagó el conde. Ni tus hijos, ni tus nietos ni biznietos tendrán que trabajar para vivir con lujo.

Jacobo omitió desvelarle quién había pagado la fuente del palacio de la emperatriz.Cambió después Farinelli el tono para decirle:

–Escucha, Jacobo, sé que eres una persona bondadosa y noble, pero como hombre de negocios eres un completo desastre. He hablado con mis abogados para que inscriban a tu nombre la patente del invento.

–¿La patente? –preguntó Jacobo extrañado.

–Sí, el derecho a que nadie pueda usar tu invento sin tu autorización ni pueda copiarlo.Bueno –respondió Jacobo–, durante el viaje he estado pensando en mi invento.

–¿Y qué has pensado? –preguntó Farinelli intrigado–.

–Me parece muy acertado reservarme ese derecho del que me habla para que nadie pueda replicar mi invento, pero le aviso de que no voy a construir ninguna fuente más. He estado meditando sobre lo peligroso que puede resultar que todo el que haya perdido a alguien amado se haga de un instrumento capaz de mantener para siempre el recuerdo físico de su voz. Esto mismo lo hablé una vez con Enrico de Peruggia y me contó que la mente del hombre ha creado el olvido como un bálsamo contra el dolor. He llegado a la conclusión de que mi invento priva de todas sus propiedades a ese bálsamo. Se dice que los muertos viven en la memoria de los vivos, pero yo debo evitar que vivan en su dolor. No se construirá ninguna fuente más.

–Has madurado mucho, amigo. Aunque comprendo lo que dices, siento que no vayas a construir ninguna fuente más… Aunque más lo va a sentir Ferretti.

Y soltó una de esas risotadas del quinto infierno, que retumbó en toda la casa.

Se oyeron unos pasos y apareció Giovanna luciendo esa belleza apacible y contenida de las mujeres maduras. Una belleza que no deslumbra, pero endulza.

Jacobo y ella se miraron y supieron que nunca más volverían a estar juntos. Él descubrió algo en su mirada que le hizo pensar que quizás se había equivocado al creer que para ella la relación que mantenían estaba fundada únicamente en la necesidad de satisfacer su sensualidad. Aquella mirada no reflejaba pesadumbre, pero Jacobo no quiso o no se atrevió a indagar qué.

No era el único, también Giovanna se notó el pecho herido por una amargura que le recorría desde el cielo hasta las raíces.

Incluso Farinelli sintió que algo inundaba la atmósfera de aquella habitación y se esparcía por toda la casa. Era un aroma familiar para él: dolor. Pero no olía al suyo.

Esa noche el maestro se empeñó en que Jacobo durmiera en su casa.

–Será tu última estancia aquí –le dijo en un tono que sonaba entre alegre y melancólico–, antes de llegar triunfador a tu tierra. Para mí es un honor. Llegaste a mi casa siendo un joven sin experiencia de la vida y sin otro caudal que tu talento para las fuentes y la música, y te marchas de ella rico y maduro como hombre.

El día siguiente lo dedicó Jacobo a reponder a las cartas. “Un caballero nunca deja de corresponder a una visita ni de devolver la contestación a una carta”, le había enseñado la condesa.

Cuando llevaba seis o siete empezó a aburrirse: “Qué cansado –se dijo– es ser un caballero, y yo que pensaba que era solo elegir la ropa con gusto o manejar con soltura los cubiertos”. Siguió escribiendo.Una mañana, Jacobo fue a visitar al amigo de Rinaldi para encargarle que le organizara el viaje a España. Por la tarde ya tenía sobre su mesa billetes de tren y unos telegramas en los que varios hoteles confirmaban haber recibido por telégrafo reservas a su nombre.

Dejó en la recepción del hotel un sobre dirigido a aquel hombre tan eficaz, con un tarjetón en el que le daba las gracias por sus servicios y una cantidad de dinero que estaba seguro de que no le decepcionaría.

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