Lecturas contra el coronavirus

Jesús Rodríguez

El afinador de fuentes (Capítulo 46)

Un guardia municipal del siglo XIX en Jerez.

Un guardia municipal del siglo XIX en Jerez.

El Conde de Henestrosa y su hijo habían citado a media mañana en la bodega al marqués y al sargento de la Guardia Municipal.

Cuando ambos llegaron, el hijo propuso:

–Vamos a la sacristía y nos tomamos la mañana.

“Tomar la mañana” era la expresión que se usaba en la zona para apurar la primera copa del día. La costumbre era beber un “torito”, un combinado hecho con vino oloroso y pedro ximénez.

Se sentaron alrededor de una mesa y el conde puso una botella de cada uno de estos tipos de vino y cuatro copas. Su hijo preparó los combinados y los fue pasando a los asistentes. Después de apurar un largo trago dijo el conde:

–Os he llamado porque he ideado un plan para arruinar la bodega de ese farsante.

–¿Qué se le ha ocurrido, señor conde? –preguntó el sargento–.

–Tenemos que conseguir que sus distribuidores de todo el mundo rompan los contratos con él. Entonces será el momento de comprarle a precio de saldo la bodega y que vuelva a las manos de tu familia –y miró al marqués–… que será la mía cuando José y tu hija se casen.

–¿Cómo lo conseguiremos? –preguntó ansiosamente el marqués–.

–Ya sabes que los distribuidores de brandy son muy serios y huyen de cualquier escándalo, por lo que no querrán representar a un productor que está en prisión por suplantar a alguien.

–¿Y a quién ha suplantado ese hijo de puta que me ha quitado el negocio?

–Desde que perdiste la bodega andas alobado, consuegro. Ese granuja se hace llamar Marqués de Fuentes, y tú y yo conocemos desde niños al auténtico Marqués de Fuentes. Tú incluso estudiaste en el mismo colegio. ¿No te acuerdas de Alonsito de Villacid?

–¡Es verdad! ¿Cómo no se me había ocurrido? Estaba un curso por debajo del mío, pero me acuerdo de él… Jugaba muy bien al polo. ¿Qué has pensado hacer?

–He consultado con mi abogado y me ha dicho que titularse Marqués de Fuentes sin serlo es un delito. Lo que hay que hacer es detenerlo y llevarlo ante el juez para que lo condene. Para eso está aquí el sargento.

–Es un honor –respondió el sargento empalagosamente– que cuenten conmigo para su plan. En cuanto ustedes dispongan lo mando detener.

El hijo apuró su copa y, mientras la volvía a llenar, dijo:

–Papá, se me ha olvidado contarte que cuando me explicaste tu plan pensé que debíamos asegurarnos de que ese cabrón no tiene documento ninguno que lo acredite como Marqués de Fuentes, no vaya a ser que se nos acuse después de denuncia falsa. El caso es que me fui con Bertie Álvarez al hotel Los Cisnes y en cuanto lo vi, con la excusa de decirle que me había excedido cuando insulté sus padres, le pregunté si tenía alguna prueba de su título y me dijo que sí.

–Eso es que también ha falsificado el decreto de concesión del título –contestó el conde–. Otro delito. Mejor para…

–O no, consuegro –le interrumpió el marqués–. No vaya a ser que exista duplicado el título de Marqués de Fuentes. Acuérdate de que hay dos barones de Alcaraz. Como dice José, hay que dar pasos seguros para no meter la pata.

–Eso precisa un tiempo que no tenemos –contestó el conde–. Si afirma que tiene un documento que acredita su nombramiento lo mejor es asegurarnos de que no pueda presentarlo cuando se lo reclamen.

–¿Y cómo lo conseguiremos? –preguntó su hijo–.

El conde permaneció un momento en silencio, meditando. Al fin contestó:

–Robándoselo. Conozco a una de sus criadas. Una gorda que iba pidiendo por la plaza con un niño en brazos. La socorrí varias veces; unas, con comida; otras, con algún dinerillo suelto. Contaba que su marido estaba en la cárcel por no sé qué… Como la había visto entrar más de una vez en casa de ese farsante y sentía curiosidad, un día, hace un par de semanas, la paré y le di unos céntimos. Los cogió y cuando le pregunté que cómo es que entraba tanto allí me contestó que trabaja como limpiadora.

–No veo cómo conseguirás que nos ayude. Le estará muy agradecida –razonó el marqués–.

–Para eso tenemos al sargento –replicó el conde–.

El sargento dio un repullo.

–¿Yo, señor conde? ¿Qué puedo hacer yo?

–Detenerla y avisarnos después para que te expliquemos lo que tienes que hacer. Una noche durmiendo en el cuartelillo será más que suficiente para convencerla de que participe de mi plan.

–¿Y cómo le justifico su detención? –preguntó el sargento–.

–Dile –respondió el conde– que la han denunciado por ejercer la mendicidad valiéndose de un recién nacido que no es suyo. Una de mis criadas, que la conoce mucho, me contó una vez que una vecina le presta el niño para pedir. Ponte serio y dile que si quiere salir con bien del juicio tendrá que hacer lo que le ordenemos. Además, amenázale con que, si no nos ayuda, le impondrán a su marido más años de cárcel.

–Eso está hecho, señor conde –contestó el sargento–.

Se pasó la mano por la frente y dijo con voz temblorosa, como si sintiera un apuro:

–Por cierto, señor conde, me gustaría ir a tirar unas perdices al ‘Retamal’. Me han dicho que está repletito de ellas.

–Por supuesto, sargento. Antes de irnos, te firmaré un permiso para que vayas de cacería cuando quieras.

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