Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
El Museo de Bellas Artes de Sevilla es un antídoto contra la polarización que tanto se lleva. Allí conviven y conversan sensibilidades, siglos y mensajes aparentemente contradictorios. No hay pintor por el que se pueda pasar de largo y que no mire de algún modo a los demás, aunque sea con los ojos cerrados. Atesora el alma de lo que somos los andaluces. Nuestra sentimentalidad, nuestro espíritu, nuestra sobriedad, nuestro barroquismo, nuestra carnalidad, nuestros tipismos y romanticismos. Nuestras costuras y repulgos. Somos la desnudez de Zurbarán y el alarde festivo de los carros triunfales. Somos Murillo por los cuatro costados.
Mis amigos invisibles están siempre allí, esperándome en cualquier época del año para darme una sorpresa. Esta vez me han dejado dos hipnóticos regalos: La exposición de los Becquer y la de “Arte y misericordia”. No se pueden ver las dos del tirón porque vistas juntas no permitirían disfrutar en toda su intensidad una ni otra. Nosotros vimos por la mañana a los Becquer y por la tarde el legado de Miguel de Mañara. Da tiempo a que ese otro pincel, que es nuestra mirada, se limpie y oxigene.
La exposición de los Becquer es mucho más que un retrato romántico familiar. Están los paisajes rosados de Sevilla. Los perros por todas partes (¿para cuándo una exposición de perros en la pintura?). Retratos corales. Personajes de fondo en una feria, en una partida de cartas, en una venta. Borrachos caídos en una juerga que recuerdan a los fusilados del 2 de mayo de Goya que, a su vez, nos lleva al Bosco y su minuciosidad gráfica. Madres humildes acunando niños o cogiéndolos en sus brazos que son diminutas madonas italianas. Retratos con sus rasos, sus puntillas y su desconcierto en la mirada. Los dibujos de Becquer que son poesía. Y su retrato pintado por Valeriano del que me enamoré siendo niña y al que vuelvo como una de sus golondrinas.
“Arte y Misericordia” expone las obras de la Santa Caridad tan cerca que se nos meten dentro. A la altura de nuestros ojos, cuánto retrato social, cuánta caridad (palabra prohibida por la corrección política), cuánto barroquismo, cuánta fugacidad de la vida retratada, cuánto milagro. Cuánta verdad. Murillo hablándonos al oído y llenando nuestros ojos de lágrimas en un desbordamiento incontenido de emociones.
Si no saben qué regalar o qué pedir a los reyes, vayan al Museo de Sevilla. Les costará salir.
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