Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
Ya lo saben, lo he dicho muchas veces. No me gusta la Navidad. Hace tiempo que dejó de gustarme, y si ahora pongo el árbol y el Nacimiento es porque los que están a mi alrededor, mis dos amores, que son mi hija y mi esposa, merecen disfrutar de ella, si es su deseo.
He puesto ya el árbol y el belén, con el dolor de ser la primera Navidad sin mi madre, quien cantaba con sus hermanas tantos villancicos que ahora no son sino un recuerdo hermoso de todo lo que me dieron mis mayores, el amor con mayúsculas; el que recibimos durante toda su existencia, y no solo en estas fechas señaladas en el calendario.
He puesto el árbol y el belén, decía, aunque no tenía ganas. Pero pudieron los ojillos de Laura, la sonrisa generosa de mi mujer. Y a golpe de villancico, de cantes de La Paquera y Rocío Jurado, se inundó el salón de cajas viejas, de bolas y purpurina; de luces de colores compradas en un chino, pero que todavía aguantan, lo mismo que el sufrido Papá Noel, que tiembla como una hojilla cuando ve a Laurita acercarse para jugar juntos (el pobre termina siempre zarandeado, golpeado y machacado).
Ha valido la pena, esa es la verdad. Toda mi tristeza, toda la melancolía que aguarda mi corazón y mi alma por el recuerdo de los que amamos y ya no están, han cedido dócilmente ante el brillo de estrellas de los ojos de mi niña, ante la pasión desmedida con que mi mujer hace todas las cosas. He perdido, al menos por un instante, el dolor de una fecha que me conmueve, que me pierde y me agobia.
Ahora entro en casa y veo luces de colores, unos muñecos de nieve y unos adornos que me anuncian que mi hija va a sonreír, pero también —así quiero creerlo— que hay un motivo para la esperanza, para la fe, aun cuando no quisiera otra cosa que ver a los míos sentados de nuevo ante el mantel de las fiestas, ese que mi madre ponía mientras mi padre cocía el marisco, con esa liturgia del paño de cocina en el hombro y concentración de chef de restaurante con cinco estrellas Michelín.
Ha llegado la Navidad, me pesan los recuerdos pero me alivian las sonrisas que hallo cuando llego a casa y no estoy solo.
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