¿Arderá París?

31 de agosto 2025 - 03:06

Dicen que, a Francia, siempre revolucionaria, le espera un otoño caliente. Me lo dijo casi murmurando una francesa mientras apurábamos una copa frente al mar. Estaba anocheciendo y fue su modo de despedirse. De inmediato sentí frío y no supe si era porque el sol se había puesto, por esa desazón interna que me asalta sin motivo cuando estoy demasiado a gusto o por lo que acababa de oír. Uno de esos fríos de final de verano a los que apenas se echa cuenta, pero tanto dicen, callan y preguntan.

A mí el miedo me da frío. El simple susto me da un ligero escalofrío, pero el miedo no, el miedo de verdad me zambulle la cabeza en una enorme cubitera helada. Es un frío repentino e imbatible. Un frío en forma de punzada que encoge y sobrecoge. Como cuando en una boda, le pregunto a una camarera exquisita de dónde es y me dice que de Ucrania. Entonces me llevo la mano al corazón por no darle un abrazo y apenas soy capaz de decirle que siento su dolor. Como cuando veo el avispero hambriento y destruido de Gaza mientras el mundo calla y consiente. Como cuando los inmigrantes caen sin número y por costumbre al mar. Como cuando España arde en un fuego asolador y un llanto derrotado cuenta que alguien lo ha perdido todo, hasta su pueblo que ha sido arrasado. Como cuando a los políticos se les hace bola su responsabilidad mientras un vecino intenta ahogar a escobazos una llama. Como cuando en el silencio de la tarde se escucha una sirena aproximarse hasta que pasa de largo. Como cuando me detengo en los espejos del alma de quienes ostentan el poder en el mundo, facciones hechas de frialdad y locura.

Cuando tengo frío me paro. Miro alrededor y me intento convencer de que todo está en su sitio, de que el hombre ha mejorado a lo largo de la historia a pesar de los pesares. Me tranquilizo pensando que lo que hoy me quita el sueño mañana puede mejorar. Idealizo que podemos ser más responsables, tener mejores políticos (escogerlos mejor, reconocerlos más). Sueño con que seamos más cosmopolitas, que viajar no sea moverse sino aprender. Idealizo que seremos capaces de combatir los fenómenos naturales. Imagino que sabremos valorar el talento y despreciar la mediocridad. Visualizo una sociedad culta que dignifique al hombre y lo eleve a través de un conocimiento sensible, trascendente y verdadero. Bajo esa manta amorosa de ideales se me quita el frío, dejo de pensar que puede arder París.

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