Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Observada a través de las fases que señalan su perpetuo renacer de la oscuridad a la luz, la luna, emblema de la metamorfosis por excelencia, ofreció a nuestros antecesores del Neolítico avanzado, del mismo modo que el día o que el paso de las estaciones, la imagen de un ciclo recurrente por el que muchos pueblos dataron el tiempo antes de que se impusiera, sin abandonar del todo la medida del satélite, el calendario solar. El arcaico culto de la luna, identificada con la Diosa, fue asociado al supuesto estadio matriarcal que habría precedido a la Historia, hipótesis devaluada pero no falta de indicios, deducibles de restos arqueológicos o literarios que tendrían su origen en una época igualmente remota. A dejar constancia de ese rastro y de sus implicaciones en todos los órdenes dedicó Jules Cashford, mitóloga inglesa de filiación junguiana, una obra monumental, La luna, símbolo de transformación, publicada en España por Atalanta, editorial que ya dio a conocer una aproximación de la misma autora al mito de Osiris y cuyo responsable, Jacobo Siruela, acogió en su primer sello el también extraordinario El mito de la Diosa, coescrito por Cashford y Anne Baring. Fruto de una erudición formidable, el estudio de Cashford sobre la luna es un trabajo de dimensiones enciclopédicas que parte de la reivindicación, alineada con las ideas de Joseph Campbell, del mito como forma de conocimiento y relación con el mundo, expresión del inconsciente y medio para una búsqueda del sentido que no se sirve o en realidad no necesita de las herramientas racionales. La antigüedad del ascendiente lunar, que habría perdido su primacía con la aparición de la agricultura y el auge de las religiones patriarcales, así como su reflejo en las diferentes culturas, permiten trazar una verdadera “historia de la consciencia humana” en la que el astro ha representado la idea del eterno retorno o de una inmortalidad que se hacía patente en su continua resurrección, pero la rica simbología rebasa el marco temporal y se extiende a la fertilidad o la condición femenina, actuando como poderoso estímulo para el arte, el pensamiento mítico y la imaginación creadora. Traductora de los Himnos homéricos, Cashford empezaba su libro citando el dedicado a Selene, nombre griego de la luna, donde la hermana del sol y de la aurora –amada por el joven Endimión, a quien Keats dedicó un memorable poema narrativo– despliega en la noche sus extensas alas.
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