Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Cuentan algunas crónicas que el Emérito no ocultó su enfado por la postergación a la que ha sido sometido por su hijo en todo lo relacionado con el aniversario de la reinstauración de la Monarquía en España tras la muerte del general Franco. Ha dicho Juan Carlos, según estas versiones, que no se entiende un bautizo en el que en algún momento no aparezca por allí el niño. Y no le falta razón. Pero las cosas están como están y el Rey que hace medio siglo empezó a construir el edificio de la Transición y la democracia ha sido el gran ausente de todos los fastos, si se exceptúa el almuerzo familiar, que se ha querido que pasara desapercibido, en el Palacio de El Pardo. Precisamente el Palacio de El Pardo, por si se querían buscar simbolismos de la época.
Quizás sea por la ausencia obligada del ausente por lo que desde la Casa del Rey se le ha querido dar a esta conmemoración un perfil bajo. Solo el acto de imposición del Toisón de Oro a la Reina Sofía, a los dos ponentes constitucionales vivos –Miquel Roca y Miguel Herrero de Miñón– y a Felipe González revistió cierta solemnidad. Todo lo demás fue en la práctica casi clandestino.
Y eso que la efeméride no era menor. La llegada de Juan Carlos al trono en noviembre de 1975 es un hecho capital que determina como ningún otro la reciente historia de España. Sin la presencia del Monarca no se puede explicar el proceso que culmina en la Constitución de 1978 y el casi medio siglo de libertad política que disfrutan los españoles, el periodo más largo de su historia. Es esa Constitución, refrendada por los españoles, la que da al Rey plena legitimidad y, hasta cierto punto, lo desvincula del estigma de heredero nombrado y formado por Franco con el que inicia su reinado.
Los actos del cincuentenario han servido para reafirmar una realidad que marca el día a día de la Jefatura del Estado y de su titular, el rey Felipe VI. Su padre es un elemento tóxico que distorsiona el normal funcionamiento de la institución. Una distorsión que, no hay que olvidarlo, se ha ganado a pulso el Emérito y en la que persevera con una insistencia que evidencia lo mal aconsejado que está por su círculo más cercano. Un problema muy incómodo de gestionar para el rey Felipe, tanto desde el punto de vista personal como institucional, pero con el que no tiene más remedio que convivir. Por mucho desgarro que le suponga.
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