Cuando cambian las tornas

EL fútbol, ya se sabe, es una especie de locura colectiva que se mueve a ritmo de rachas, ciclos y estados de ánimo. Apenas hace unas semanas que en Barcelona andaban como locos pensando si un cambio de entrenador sería capaz de transformar la dinámica de un equipo que no parecía ser ni la sombra del conjunto que asombró al mundo hace unos años y que aportó a este deporte una nueva concepción del manejo del balón.

Ahora, sin embargo, el Barcelona nada en aguas paradisiacas sin que los tiburones acechen su futuro, mientras que el Real Madrid, que entonces sólo sabía encadenar victorias de manera consecutiva y de forma intachable, se ha montado ahora en un barco azotado por un tremendo oleaje y que nadie sabe por dónde ha llegado.

Esto es el fútbol, un estado de ánimo, un momento físico, una racha de resultados, que en ocasiones trasciende demasiado de lo que es un simple deporte para convertirse en una frustración casi de vida.

Pero aunque sea una perogrullada y una obviedad manifiesta, alguien tendrá que darse cuenta alguna vez que sólo un equipo puede ganar la liga, que alguien tiene que fracasar (pónganle todas las comillas que tengan a mano) para que otro triunfe y que la decepción de un bando será la alegría del otro. Aquí lo personifico en los dos grandes del fútbol español, pero el ejemplo es extrapolable hasta para una liga de juveniles en un barrio de Lugo.

Hay que hacer un esfuerzo por despojar al fútbol de todo aquello que ahora lo atenaza, incluido el fracaso que nadie quiere. A la historia pasó por desgracia aquella deportiva frase -"Lo importante es participar"- porque el dinero ha tomado tal protagonismo en este deporte que es imposible que nadie se contente con quedar segundo.