Comer carne supone una muerte, pero es inevitable. No en el sentido literal, pero metafóricamente está resurgiendo el síndrome devastador del canibalismo. Quien más, quien menos, sufre las consecuencias de una irrefrenable ansia devoradora entre semejantes de la misma especie. El hambre es muy mala y la supervivencia, llevada a límites extremos, obliga a zamparse sin miramientos a vecinos, amigos, desconocidos, padres, hermanos y compañeros de trabajo. Todos somos presa fácil. La sangre fresca nos delata, atrae la pasión salvaje, monstruosa y descontrolada de carnívoros ávidos de todo lo que envidian o carecen.

Nada ni nadie ha logrado erradicar los comportamientos caníbales, va en nuestros genes más perversos e impúdicos, o en la ancestral necesidad de sobrevivir que nos condicionará eternamente. Nunca estaremos a salvo de la antropofagia y combatirla lleva consigo un estado permanente de alarma ante aquellos que anhelan saborear nuestro corazón y sus bondades, aquellos que matarían a sus madres por hincar los dientes afilados y sorber la sangre limpia que nos riega el cuerpo, aquellos que venderían su alma al diablo para nutrirse con neuronas de hombres humildes, geniales, sabios y trabajadores a los que ellos, en su infinita mediocridad, serían incapaces de haber superado por sí mismos.

El canibalismo se estudia y practica en las escuelas, deja cadáveres descuartizados en oficinas, supermercados, entidades bancarias, fábricas, partidos políticos, cadenas televisivas y medios de comunicación. Afecta a todas las ramas y escalas de la sociedad. Siempre hay un caníbal en la sombra que se esconde tras un rostro aparentemente angelical, sin dar síntomas de su maldad y pretensiones, pero que tiene muy claras las intenciones, que no ceja hasta comenzar su festín de carne humana.

Puede que hayas entregado toda tu vida a un semejante que intuías modélico y, para tu sorpresa, fue capaz de mutilarte sin piedad ni descanso. Se suele confiar sin prevención, hasta caer en la diabólica red de un caníbal despiadado que nunca sacia su sed. No existe antídoto o vacuna previa que evite los efectos mortales e inhumanos del canibalismo y, por desgracia, la necesidad puede hacernos despertar algún día como un antropófago más al acecho…

 (*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

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