Cazadores de humanos

18 de noviembre 2025 - 03:07

Yo sabía que los trípodes que estaban preparando los hombres de negro no eran para sostener cámaras, sino rifles. No dije nada a mi familia, por no hacerles sufrir antes de que nos asesinaran. Abrieron fuego y traté de esconderme. En mi intento por sobrevivir hallé vileza, porque vi caer a mi padre, y supe sin verlo que habían matado a los dos pequeños de mi casa. Yo no quería morir, pero tampoco ya vivir. Me he despertado, bañada en sudor, justo antes del disparo final.

Durante el asedio de Sarajevo hubo italianos, de extrema derecha y friquis de las armas, que pagaban una pasta para irse el finde a matar a mujeres, hombres y chiquillos. Por cazar niños se pagaba más. De vuelta a casa, una ducha y, el lunes, a la rutina. Italia investiga ahora semejante safari humano. El escritor que denunció los hechos dice que entre los turistas de guerra había españoles ricos y relevantes. Ante esto, hay algo que se retuerce mucho en el estómago de cualquiera. De cualquiera salvo de esos a quienes no les va a parecer tan mal la caza si les recuerdo que las presas eran bosnios musulmanes, o son inmigrantes en Torre Pacheco, o gazatíes acercándose –harina y sangre– al camión que reparte la comida. Para ellos, cazadores en potencia, “los otros”, quienesquiera que sean, son menos que perros.

¿Por qué no nos revuelven las tripas de modo exacto el francotirador que disparaba en Snajperska Aleja por odio y locura nacionalista, que el que lo hacía por deporte? Siento hacer una pregunta tan incómoda. Hay un matiz entre lo atroz y lo atroz que no se nos escapa del todo, pero nos sitúa en un dilema. Los seres humanos –una buena parte de ellos, es decir, de nosotros– han sido capaces de justificar, cuando no incluso de disfrutar (hasta el extremo de pagar por ello) los actos de violar, torturar, descuartizar, fusilar, quemar vivas y asesinar a personas. “Cazadores de ciudad, que nunca os veis satisfechos…”, cantaba Chicho Sánchez Ferlosio. Hay quien olvida que al otro lado del gatillo no hay más nadie que una misma, sintiéndose vil no por disparar, sino por sobrevivir al asesinato de sus propias hermanas. “La Sarajevo amorosa no se rinde”, escribió Izet Sarajlić, que enterró a las suyas con sus propias manos, de noche, para evitar los francotiradores. Me cobijo en su verso, mientras intento despertar de esta pesadilla.

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