Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En cualquier otro sitio más civilizado, ahora que se cumplen cincuenta años del fallecimiento del General Franco, se aprovecharía la efemérides para repasar, sin enconos ni prejuicios, su larga etapa al frente del Estado. Y así, podría hablarse, naturalmente, de su etapa primera y más negra, la de la represión y los forzosos exilios, no sólo exteriores; de su trabajosa integración en los ámbitos internacionales gracias a su provechosa colaboración con los Estados Unidos en el entorno de la Guerra Fría; de la su cambiante relación con la Iglesia, amistosa primero hasta el concordato de 1953, más distante después condicionada por los efectos del Concilio, y casi hostil al final con el estrambote de los últimos fusilamientos; o por qué no, dedicarle algo de tiempo a la Cultura durante el Franquismo, mucho más frondosa que el páramo que algunos quieren hacer ver.
Pero resulta que unos pocos, los de siempre, han dicho que de eso nada. Que Franco fue lo que ellos dicen que fue, un criminal de guerra, y que cualquier comentario o análisis que no lo asocie a la calaña de un Hitler o un Stalin no tiene cabida en el debate. Para ello, se han sacado de la manga leyes y decretos de memoria histórica con el objetivo indisimulado de hurtarle el oficio a los historiadores, reescribiendo la historia a su antojo y concediendo el carné de demócrata a quienes sigan esa corriente, dejando al resto en el lado incorrecto de la historia, como corresponde a quienes sólo ven en estas cosas otra oportunidad más para dividir a los ciudadanos en nosotros (buenos) y ellos (malos).
En mi caso, no soy especialmente nostálgico del régimen franquista, ni tengo el menor interés en visitar el Valle antes de que lo despersonalicen, ni me gustan los excesos con los himnos y las banderas. Pero sí creo que Francisco Franco es historia de España, como Carlos III, como Fernando VII, como Alfonso XIII… Y como los demás, fue un hombre de su tiempo, que probablemente extendió su mandato en exceso, igual que, como sugiere ahora su heredero político en sus memorias, posiblemente también fuese consciente de la imposibilidad del alargamiento sin él. Como así lo entendió la sociedad española de la Transición, que con una mayoría indiscutible decidió pasar página de forma pacífica y ordenada. Eso, y no otra cosa, es lo que tocaría celebrar ahora.
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