Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez: Alberto Escudier, Tales de Mileto, discursos de odio y Félix de Azúa (y II)
Debe ser la edad, que nos conduce a una suerte de inocua melancolía, pero uno no termina de entender esa pulsión festiva por la que le ha dado, de un tiempo a esta parte, a la ciudad. Como si no hubiera un mañana, el personal se echa a la calle por cualquier excusa, hoy (y mañana) una procesión, otro día el alumbrado de navidad, los heraldos que anuncian la llegada de los reyes por todas partes, como si no supiésemos cuando llegan, cargados de regalos… y de yintonis en vaso de sidra. Hasta cuatro bandas de cornetas me encontré el otro domingo por la Avenida, una detrás de otra, camino de ese metrocentro que cada vez hay que andar más para cogerlo.
Y uno piensa que habría que pararse un poco a reflexionar, todos, si esta fiebre por lo festivo, en cualquiera de sus manifestaciones (empezando por la religiosa) no ha superado el necesario punto de equilibrio; si tanta procesión extraordinaria no tiene solamente su causa en lo evangélico o pastoral, sino también en lo económico; si la apuesta descarada por el turismo a todos los niveles desde hace ya años, si bien comporta beneficios económicos que no hace falta precisar, también conlleva cambios en la geografía urbana y sentimental de la ciudad en los que sólo repararemos así pasen unos años. Si ese afán, en fin, por escenificar cualquier rincón de la urbe hasta convertirla en una ciudad-espectáculo, no sólo no contribuye a hacerla más habitable (en realidad su principal objetivo) sino todo lo contrario.
Después, nos enteramos de que el Ayuntamiento se las ve y se las desea para proporcionar materiales humanos y materiales para atender todo este carrusel de eventos y multitudes, simplemente porque no tiene medios ni recursos para ello. No se trata de culpar a nadie, porque entre otras cosas la inercia viene de lejos, pero sí creo que nuestros ediles, con el alcalde a la cabeza, han de sopesar si el rumbo que esto ha cogido es el que la ciudad en verdad requiere, o convendría mejor orientarla hacia la potenciación de otros aspectos menos vistosos, pero igual de sevillanos, y mejores a la larga para sus sufridos habitantes. No se trata de renunciar a nada, pero sí de hacer las cosas con medida, pues corremos el riesgo de que con tanta repetición, excesiva y reiterada, de nuestras manifestaciones más queridas, lo que quede al exterior no sea más que una mala caricatura.
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