Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Compañeros

15 de septiembre 2025 - 05:01

Arturo Pérez Reverte, a quien admiro pero del que no he leído -perdón- ninguno de sus libros, aunque sí muchos de los artículos que ha escrito, decía en el prólogo a una de las reediciones de 'Juventud', obra de Joseph Conrad, que los libros habían sido los amigos que nunca le habían fallado. Yo no me atrevo a decir que tengo a todos por tales, no he tenido esa suerte, pero sí la fortuna de considerarlos, al menos, como compañeros.

Amigo es mucho decir. Si tienes tantos amigos como libros hayas podido leer, lo tuyo es ilusión convertida en realidad ¡Ya me gustaría! Mi problema, porque es el mío y no pretendo que sea el de nadie más, es que al amigo le exijo, y le ofrezco, casi todo lo que me pueda ofrecer y lo que yo le pueda dar. Y, por mucha pasión que tenga con la lectura, que la tengo, no tengo a todos los libros que he leído por amigos.

Bien cierto es que a ninguno de ellos tengo por enemigo, nada más imposible. Ninguno ha sabido, ni estoy seguro de que ha querido, perjudicarme, dejar de ayudarme, o causarme mal alguno. Lo que ocurre es que eso no es suficiente para que sean mis amigos.

De todos ellos, o he aprendido, o no he dejado de aprender. Todos, hasta los más infumables que, por absurdo respeto, he terminado de leer, quitándole vez a los otros muchísimos que no tendré tiempo de darles vez, todos -decía- me han aportado algo que valió la pena: bien por enseñarme lo que no sabía, bien por afianzarme en lo que ya creía, bien por mostrarme lo que no valía la pena ni aprender ni conservar. Pero, insisto, no es esto suficiente par que fuesen, todos, algunos sí pero no todos, mis amigos.

Sin embargo, si los tengo a todos por buenos compañeros. Pues además de ayudarme a no perder nunca mi tiempo, han estado siempre a mi lado. Nada me han reclamado, ni exigido ni siquiera pedido. Y cuando los he llamado, todos, han respondido.

No sólo han estado a mi lado, es que han estado conmigo. Les he preguntado y me han contestado. Les he respondido, pues me han preguntado. Han dado una luz, que no conocía, a mis ojos, y a través de ellos me han enseñado el modo de abrir mi mente.

Al libro, amigo o compañero, le debo el conocer lo que de ninguna otra manera hubiese conocido; escuchar a los que antes que yo pensaron; compartir fabulosos descubrimientos, ideas geniales, fantásticas revelaciones, teorías asombrosas, extraordinarios hallazgos, o ilusionantes fantasías.

Me han llevado, también, a soñar despierto, que es el mejor de los sueños posibles, pues sueñas y no olvidas lo soñado. A enamorarme de mujeres apasionantes. A sentir que, tal vez, algo de mí las pudiese atraer a ellas. A conocer a Julieta Capuleto, a Isabel de Segura -la amante de su amante, en Teruel-, a Penélope, a la espera de Ulises, Hatshepsut -reina de Egipto en el siglo XVI a.C.-, Antonia o Elena, a Miriam o a María.

Gracias a ellos conocí lugares, que descubriría luego o que nunca voy a conocer. Imaginé las historias que mi soledad no pudo imaginar. Sufrí, sin padecer, las penas que a los que leí consumieron. Me alegré con el regocijo de los que a un feliz destino se unieron. Supe de mentes prodigiosas, que siempre fueron, y pensé en las muchas que hubieran podido ser pero, por los malos azares de la muerte o de la vida, no llegaron nunca a ser.

Si el tiempo que nos somete, es lo relativo que la física dice que es, si las horas no tienen siempre sesenta minutos ni los años trescientos sesenta y cinco días, es posible que así sea gracias a los libros. Ellos… no: nosotros, cuando, al leerlos, nos hacemos sus compañeros, o los convertimos en nuestros amigos, permitimos que, la magia que guardan entre sus páginas, cuanto más sobadas mejor, altere el compás al que nos esclavizan las agujas de un reloj.

Poco más. Decirles que trataré de hacer de esos compañeros, cuantos más amigos pueda. Con una ventaja cuento: no mienten: lo que lees es lo que piensan; no traicionan: lá historia de la primera página continúa hasta la última; no cambian: lo que dijeron ayer es lo que dicen hoy y lo mismo que te dirán mañana.

¡Bienvenidos, compañeros…¡, o amigos.

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