El conde don Julián

Estos nuevos donjulianes deben ser desenmascarados. Esta vez, la oleada destructiva está ya dentro

Creer en la existencia de figuras nefastas que, con sus iniciativas políticas, hunden a los pueblos ha sido un recurso frecuente a la hora de explicar los malos pasos en la historia de algunos países. Es una forma fácil de eludir incómodas responsabilidades colectivas: basta con encontrar lo que suele llamarse una cabeza de turco y señalarla como culpable. Un buen ejemplo de esta tendencia lo encarnó, en el pasado, el conde don Julián, un dignatario real, con mando en las fronteras al sur del reino visigodo por los ya lejanos años en que los árabes invadieron la Península Ibérica. Gracias a la ayuda de cronicones y leyendas se logró inventar una figura ideal en la que proyectar la culpa inicial de los muchos siglos de dominación musulmana. El conde don Julián por rencor, despecho, egolatría, ambición, ciego amor o por una mezcla de todo ello, abrió puertas, facilitó transportes navales, en el año 710, y gracias a sus ardides y engaños, las tropas de Musa penetraron en Andalucía. El conde don Julián se convirtió, pues, en modelo literario de comportamiento desleal y traidor a los valores que había jurado defender y con ese estigma, durante siglos, aparece en numerosas obras literarias hasta la época romántica. Después, el personaje se eclipsa y en los últimos años sólo la maurofilia literaria de Juan Goytisolo lo reivindicó en uno de sus más citados libros. Quizás desapareció porque esa postura ya no parecía concebible una vez que la fidelidad hereditaria y personal a los reyes fue sustituida por la convicción racional y elegida voluntariamente de unos principios políticos. Perdió, por tanto, interés literario un personaje que desmiente y traiciona, sin pudor, lo libremente elegido. Parecería demasiado inverosímil un conde don Julián en los tiempos modernos. Sin embargo, puede que convenga de nuevo una recuperación simbólica de tal tipo de conducta. Y tal vez sea posible analizarla para establecer llamativos paralelismos con el presente. Claro está que los motivos que mueven a estos nuevos donjulianes ya no son los mismos. Y, además, ahora ya no es creíble que su influencia sea tan determinante. Se sabe que ahora cuando un don Julián engaña y manipula la vida política, hay también una responsabilidad colectiva implicada en la aceptación de cada uno de los pasos de sus falseamientos. Como consecuencia, estos nuevos donjulianes deben ser desenmascarados porque, esta vez, no es una oleada exterior, al mando de Musa, la que van a dejar entrar. Esta vez, la oleada destructiva que van a permitir está ya dentro.

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