Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
SE apagaron las cinco, cinco farolas paque nadie me vea llorando a solas. ¡Ay qué penita madre! ¡Madre que pena! La vereíta verde, cuajá de yerba, cuajá de yerba.
Los jerezanos estamos de suerte, pues nuestro querido Consistorio nos obsequia desde hace unas semanas con un asombroso viaje al pasado. Quienes visitamos, trabajamos o vivimos en el centro histórico tenemos la oportunidad única e irrepetible de trasladarnos a los oscuros años de la Edad Media. Y bien digo oscuros, pues nos remontamos a aquella época en que no existía ningún tipo de alumbrado público, por lo que al llegar cierta hora, nuestra ciudad se sumía en el Reino de las Tinieblas.
¡Qué tiempos aquellos! Uno podía raptar a una dama o sufrir una emboscada al calor de la noche. Tan sólo la luna llena o la lamparita del viático podían sustraernos de la negrura más absoluta y de ese modo apartarnos de la aventura más extrema. Imagínense lo excitante que sería salir a la calle embozado en una capa y con una espada al cinto en busca de emociones. Duelos de película, huidas espectaculares, crímenes que quedarían impunes a falta de luz para reconocer a los culpables. Adrenalina a cascoporro.
Luego vinieron las ordenanzas municipales a fastidiar el asunto. Ya en el siglo XVI obligaron a los vecinos a colocar luminarias en sus calles y a los señores más principales a ubicar en las puertas de sus palacios grandes antorchas, con lo que la zona tenebrosa se fue reduciendo. Así pasaron los años y llegó el Siglo de las Luces, que como su propio nombre indica se caracterizó por fomentar el alumbrado público con grandes lámparas de aceite apostadas en las principales esquinas urbanas. La claridad nocturna fue invadiendo Jerez poco a poco, y en el próspero ochocientos se dotó a las calles de uno de los primeros sistemas de iluminación urbana permanente, en esta ocasión con gas. La apoteosis se alcanzó a principios del XX, cuando Jerez (junto a Haro, en La Rioja) instaló el primer alumbrado público eléctrico de Las Españas.
Los sucesivos gobiernos locales no hicieron sino ampliar el número de farolas hasta comienzos del siglo XXI, cuando ha empezado a invertirse la tendencia.
Con el fin de fomentar el comercio y el turismo en el deprimido centro urbano, las autoridades han comenzado a programar cortes parciales de luz en calles históricas. Hace dos semanas le tocó a Tornería, Francos, San Marcos y aledañas. En la actualidad el turno es de José Luis Díez, Chapinería, Carpintería Baja y Juan de Abarca, que podría cambiar su nombre por el de Cueva del Gato. Los clientes de bares y tiendas tienen un nuevo aliciente para entrar a consumir; los vecinos un verdadero privilegio, pues pocas ciudades europeas gozarán de estos apagones que nos retrotraen a los tiempos en que luchaban en La Frontera moros y cristianos.
Sentir escalofríos al vagar por una calle solitaria y negra como el azabache. Tener el corazón en un puño al ser atracado por unos rateros a los que jamás podremos identificar. Caer de bruces y partirse los hocicos o pisar una catalina al no ver a más de un palmo de la nariz. ¿Quién quiere ascender a las cumbres del Himalaya, ni lanzarse en paracaídas sobre el desierto australiano? ¿Para qué dedicarse a la espeleología en las profundas simas mexicanas? La aventura está a la vuelta de esa esquina que no podemos ver. Y por si les parece poco, amén de ahorrarse kilowatios y kilowatios, los más pequeños se lo pasan bomba al salir de casa con una lamparita, como la de los Siete Enanitos.
Una ciudad de primera que permite a sus habitantes poder disfrutar de la atmósfera de los cuentos de Poe sin tener que irnos a los bosques de Transilvania, además de ofrecerles la oportuindad de recordar a cada paso aquella sevillana que nos decía que si los cuernos alumbraran como alumbran los faroles, estaría todo Jerez lleno de iluminaciones.
También te puede interesar
Lo último