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Son hermosos los epítetos homerícos: Acaya, “la de lindas mujeres”; Eos, “la hija de la mañana”; Héctor, “domador de caballos”; Príamo, “anciano querido”; Helena, “esposa y cuñada de hombres belicosos”... ¿Y Sánchez? ¿Qué mote le habría puesto el aedo si hubiese sido un personaje de la Ilíada o la Odisea?, ¿“el de las mil máscaras”?, ¿“amnistiador de golpistas?”, ¿“el hombre sin palabra”?... Podrían haber sido miles, pues el presidente del Gobierno es rico en habilidades y engañifas, como un pequeño Odiseo sin grandeza. ?Quizás, Homero hubiese optado por uno que es evidente desde su discurso de investidura: “constructor de muros”. En la Antigüedad habría sido algo sumamente honroso, pues el levantamiento de murallas –acto indispensable en el nacimiento de una ciudad– era considerado como un hito fundacional. Por algo Sevilla lleva como un blasón aquello de “César me cercó”. Sin embargo, en la mentalidad del mundo actual, hijo de aquella sociedad liberal del XIX que llevó a gala la destrucción de las murallas, el levantamiento de muros es considerado como algo propio de necios y tiranos.
Sánchez usó el levantamiento de una gran cerca entre las dos Españas para garantizar un “gobierno de progreso” que le asegurase un poder que no ganó en las urnas. No le importó estigmatizar a medio país –algo que no ocurría desde los gobiernos del Frente Popular de la República y el franquismo– a cambio de captar el apoyo de independentistas, populistas radicales y exterroristas. La grandeza del 78 fue el férreo compromiso de todos de cohesionar una sociedad rota desde los años treinta del siglo XX. Pero Sánchez, el “constructor de muros”, se encargó de acabar con la concordia. Y lo expresó en el Parlamento de una forma clara, para regocijo de aquellos que siempre han odiado la mera existencia de este país. Ya que no roto, al menos dividido, debieron pensar.
Ahora, cercado por la corrupción de sus compañeros de partido y amigos más cercanos, Pedro Sánchez saca de nuevo sus herramientas de albañil para erigir una muralla. No le importa dividir a la sociedad, crear barreras de odio partidista con tal de permanecer dos años más en el poder. ¿A qué se debe esta desesperada ansia por aferrarse al sillón? ¿Qué es aquello que Sánchez teme tanto que le impele a esta loca huida hacia delante? Tarde o temprano lo sabremos. Mientras tanto es hora de emular a Ares, el personaje homérico que mereció el epíteto de “demoledor de murallas”.
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