La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
A contraluz
AYER fue el día de la madre. La que más dio que hablar la semana pasada fue Toya Graham. Trending topic mundial. Toya vio que su hijo estaba en todo el meollo de las protestas raciales contra la policía americana, disfrazado de kaleborroka y piedras en la mano. Y allí que fue Toya, a darle a la encapuchada criatura una somanta de collejas para sacarlo de la bronca. Esas imágenes han dado la vuelta al mundo. No sé mucho inglés, pero a Toya se le entiende todo. Esta madre soltera de 6 hijos, que ha tenido que sacar adelante a la prole, sabe de violencia racial. Y también sabe que hacer el vándalo frente a la policía no es un acto de justicia. Si Toya en vez de vivir en la violenta Baltimore, hubiera vivido en Madrid, el barrio del Gamonal, o al lado de su casa, esa noche hubiera dormido en calabozos, fijo. El Tribunal de la Corrección Política que dicta las leyes en España la hubiera metido en prisión de 3 a 12 meses, sin olvidar la orden de alejamiento para no acercarse al consentido púber, que con capucha y piedras en ristre- y crecido por el apoyo del fiscal de turno-, hubiera seguido su particular lucha por la justicia abriendo las cabezas de sus uniformados prójimos. Nos estamos equivocando de cabo a rabo con los hijos. No sé cómo, pero ya traen de fábrica lo de los derechos, mientras les ha desaparecido del ADN lo de las obligaciones. Bien está que sea responsabilidad de los próceres, pero que las leyes castiguen a padres que con una colleja corrigen a su hijo, es el colmo de la idiotez progre. Mi madre tuvo que perseguirme con la zapatilla más de una vez, aunque yo corriera más. Educar sin violencia, educar en valores, vale; pero una torta bien da en el sitio justo y en el momento propicio no nos ha traumatizado a ninguno. Ahora tenemos como modelo a Supernanny. Prefiero a Toya y su sentido común.
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