NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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Veo y oigo muchas opiniones, de sesudas a pretenciosas, que hablan del florecimiento del cristianismo en Occidente. Y también en esta España nuestra donde es tradición progresista declarar la desaparición del catolicismo de modo recurrente. Dicen algunos titulares de prensa que series, películas, músicos –sea por The Chosen, Los domingos o Rosalía–, y hasta influencers de las redes sociales han puesto de moda a Dios. De moda… y a Dios. Cosas de la postmodernidad, supongo. Unir en la misma frase Dios y moda es una grotesca incongruencia. Un oxímoron absurdo que pretende tratar lo trascendente como si fuera intrascendente, tomar a lo infinito por minúsculo, a la plena sabiduría por la simpleza y calificar la esencia de lo eterno de fútil, frívola y cambiante.
Se equivocan de plano. Confunden la espuma de las olas con la profundidad del mar. La fina capa superficial de una sociedad compleja con su más primordial esencia. Dios siempre estuvo, está y estará. El sentido de trascendencia del hombre es permanente e inmutable. La vida real está en las casas y en las calles, en las familias y en los amigos. Ni en los cenáculos del poder, ni en los conciliábulos de la alta sociedad o de los famosos. Y además, no siempre coincide lo que creen o desean las elites económicas e intelectuales o los gobernantes con el conjunto de la sociedad. Las modas han sido y son otras: proclamar que Dios ha muerto, que la religión es el opio del pueblo y querer sustituirla con otra forma de religión laica como intentó e intenta la utopía inhumana de los totalitarismos, sean fascistas, comunistas o los de nuevo cuño que asoman en lontananza. Cuando cayó el Muro no encontramos un páramo de Fe; descubrimos una Iglesia viva que había sido capaz de vivir, sobrevivir y crecer en las catacumbas porque nos puede faltar todo: el sustento, la libertad y hasta la vida. Nos pueden acosar, perseguir y asesinar, pero todo ello es intrascendente porque, para quien disfruta del don de la Fe, sólo Dios basta.
Secularizar una sociedad no es descristianizarla. En España, se desclericalizó. Y fue bienvenido: el clericalismo español dañó profundamente al país y a la propia Iglesia. Sin negar que son muchos los que están volviendo a las Iglesias en todo Occidente, lo que sí es evidente es que se ha perdido el reparo a proclamar la propia Fe. Y será eso a lo que llaman moda los que miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.
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