Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Hoy empieza todo otra vez. Es domingo de sábanas limpias, cuerpos calientes, aire de café derramado por el pasillo, media sonrisa sin despertador, persianas a contraluz y esa claridad… Domingo para desperezar los deseos, hacerse fuerte en los destierros, coger carrerilla, acercar con las manos el horizonte, echarse a la calle como si ya no te dolieran los pies. Es domingo, vamos a ir a casa de la abuela a entregarnos a su retahíla de besos con música alta, a dejarnos abrazar sin más, a rebañar un plato de tagarninas mientras alguien pregunta si queda arroz con leche. Hoy es Domingo de Resurrección, nada puede acabar una mañana como esta sino todo lo contrario.
Para que la digestión de estos días no se haga pesada me he propuesto ignorar durante una buena temporada los mapas del tiempo, a ver si se pasa este empacho de isobaras que se me ha quedado. Hoy me dedicaré mejor a refrescar capítulos como el de la Defensión dándole la vuelta al Martes Santo, desafiando a las nubes con dos niñas recién llegadas al cortejo que un día soñó su abuelo. O como el de Adriana, una chica madrileña completamente ajena a nuestra Semana Santa, que hace dos años, cuando ella tenía once, se dio de bruces por la Porvera con el paso de palió de la Soledad y que al día siguiente le confesó a su familia: “yo quiero estar ahí”. La conocí este Viernes Santo, a las puertas de la Victoria, tras haber completado su primera estación de penitencia, con su hábito nazareno y un halo de ensoñación dibujado en la cara. Ni siquiera el cansancio había podido difuminar un brillo inusual en sus ojos adolescentes. Incapaz aún de explicar lo que había vivido, lo resumió abrazada a su madre: “Tenemos que venir más a Jerez, mamá”. Fue el mismo Viernes que esperando al paso de la Yedra en la calle del Sol vi amanecer cuando ya había amanecido. La Virgen de la Esperanza tiene memoria, dijo el capataz a sus costaleros, y esa levantá se llevó al cielo todo aquello que habíamos hablado. A veces medio minuto puede prolongarse toda una vida. Cómo darte las gracias, Tomás Sampalo, por agarrarme de tu mano y ponerme ante la Madre de Dios cuando más luz había en la calle del Sol.
Hoy es el día de la Resurrección y todos, de una u otra forma, podemos elegir dónde y por qué queremos empezar de nuevo. No es volver a la rutina, nada de eso, Resucitar es volver a vivir. Es domingo, ¿quién ha dicho que aquí se acababa todo?
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