Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
NO daré nombres porque no añaden nada al asunto, pero estoy entristecido por haber leído artículos firmados por amigos míos, o conocidos con los que tuve trato afectuoso y continuado, tomando partido por la agitación política que intenta desacreditar las instituciones del Estado. En algunos casos me consta el talento para una labor intelectual respetable, en otro sólo se les puede reconocer inteligencia y habilidad, que no es poco. ¿Cómo es posible que se hayan apuntado a las medias verdades que dividen a los españoles? ¿Por qué el deseo de destruir la convivencia? Unos se habrán dejado llevar por la debilidad de los sentimientos, otros por la ignorancia y la mala fe; pero otros, y lo lamento, creen de verdad que debemos revisar la historia reciente, buscar una interpretación distinta de la Guerra Civil y otro desenlace. Dejando a salvo, con reparo, a los sentimentales, tontos e irresponsables sobraron siempre en España.
El obispo e historiador Jacques Amyot, traductor de Plutarco, Diodoro Sículo y de otros clásicos, era de humilde origen. Francisco I de Francia reconoció su talento y lo envió con el cardenal de Tournon al concilio de Trento con ciertas proposiciones del rey. Amyot conoció a personalidades muy relevantes y volvió a Francia admirado de las bibliotecas italianas, llegando a ser uno de los hombres más cultos de su tiempo. Tanta era su nombradía que Enrique II le encargó la educación de los príncipes, los futuros Carlos IX y Enrique III de Francia. El asesinato del duque de Guisa le trajo inconvenientes, pero volvió a su diócesis de Auxerre para continuar sus estudios y traducciones y la administración del obispado. Al final de su vida le propusieron escribir la historia reciente de Francia: "Lo harán otros historiadores. La he vivido tan de cerca y el gran afecto por mis reyes me impiden contar todo lo que han hecho."
Todos los días aparecen en los periódicos artículos, reportajes, informes o entrevistas contándonos la Historia de España del siglo XX como si hubiéramos sufrido una invasión. Es verdad que la pluralidad de opiniones es amplia y se escribe mucho también contra esa manera de contar la historia, pero la sensación de enfrentamiento y división es tan molesta que nos parece vivir una nueva posguerra después de tres cuartos de siglo. Hemos leído demasiados relatos sentimentales de la Guerra Civil para tragarnos ahora nuevos melodramas. Lo aburrido de todo esto es que también los tontos tienen palestra, y son los que creen que ser republicano, de izquierda y haber perdido una guerra da calidad de buenos, progresistas, modernos y jóvenes. ¿Cómo habrán llegado a esa conclusión? La izquierda verdadera de la guerra y la falsa de ahora son reaccionarias, como la audacia de los ignorantes y el error sostenido. Le faltó a la verdadera la lealtad de Amyot; a la falsa, respeto por la justicia del tiempo.
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