El espejo roto

Lo de Sánchez habría sido morir ahogado en la satisfacción propia de haberse conocido, pero él ha empezado a dudar

He criticado la ideología de Sánchez y su práctica, sus actos y sus pactos, sus mentiras y sus verdaderas intenciones, pero le he reconocido en todos estos años siempre una cosa: el finísimo –como una daga– instinto político. Una capacidad letal para dar la batalla política y deshacerse de sus enemigos de dentro y de fuera del partido, de frente o por la espalda. Sin embargo, parece que ya ha perdido hasta la daga.

“Todo narciso acaba ahogándose en su espejo”, advierte Ramón Eder. Y tiene razón, pero hay excepciones que confirman la regla. Sánchez parece que se ha convertido en esa excepción. Lo suyo habría sido morir ahogado en la satisfacción propia de haberse conocido. Dar la última batalla de las elecciones y, tras la derrota, salir a dar una rueda de prensa en la que no se pudiese explicar cómo el pueblo español ha tenido el mal gusto de votar a alguien que no aprieta así de bien la mandíbula, que habla peor inglés que él y que tiene peor planta. Ese final de Narciso, mirándose en su espejo, hubiese sido el natural. Con lo poético de la justicia poética.

Pero para mi sorpresa ha roto su espejo. Él y el suyo. El movimiento de renegar de sus asesores, a los que ha llamado “palmeros” y de los que ha dicho estar “harto”, según cuenta Pilar Gómez en El Confidencial, es una torpeza equivalente a hacer añicos el espejo en el que se miraba para preguntar quién es la persona más guapa del reino, como la madrina malvada de Blancanieves.

“La queja trae descrédito” advirtió Baltasar Gracián y lo de los palmeros es palmariamente para palmarla. Desacreditando a su equipo, Sánchez desprestigia, a dos meses cortos de las elecciones, su política. Y eso sería lo de menos, porque los resultados prácticos de su política raramente podrían estar más desprestigiados. Pero también desprestigia su instinto político, pues según sus propias palabras se ha dejado engañar y, encima, por sus aduladores.

Eso siempre queda mal, pero peor y más verosímil en alguien tan satisfecho de sí mismo. Y todavía mas hablar de “palmeros” cuando todos le hemos visto ronroneando de gusto entre los aplausos de sus ministros, asesores y diputados.

Nunca había entendido la superstición contra los espejos rotos, salvo el fastidio de que se nos rompa cualquier cosa. En este caso, se ve muy claro que la rotura del espejo aboca al Narciso a una muerte política distinta, menos gallarda, menos apropiada a su persona.

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