Mauricio Gil Cano

Escritor

Las estaciones de Fernando de Villena

Portada de 'Las estaciones de la existencia'. Portada de 'Las estaciones de la existencia'.

Portada de 'Las estaciones de la existencia'.

Fernando de Villena ha reunido en 'Las estaciones de la existencia: antología poética (1980-2020)' (Granada, Baker Street Ediciones, 2022) una amplia selección, extraída de sus treinta y ocho libros de poesía publicados durante ese periodo. El volumen se estructura en cinco partes, cada una vinculada a una etapa de su vida y de su creación poética.

A Fernando de Villena se lee como a un clásico, porque siente como un clásico y se expresa como tal. No en vano en sus inicios bebió e imitó la perfección formal de los maestros del Siglo de Oro. Vista con la perspectiva que da el tiempo, esa primera estación no es tanto de vacilaciones —así lo indica el autor en un epígrafe— como de quien toma la vía que conviene a sus valores y aspiraciones. Y lo hace frente a las tendencias en boga de entonces, constituyendo por ello la primavera literaria de Villena una rara audacia. De los sonetos perfectos de su primer libro a los fragmentos canoros del ‘Poema de las estaciones’, pasando por su culminación de las inconclusas Soledades gongorinas. Mención aparte merece su homenaje al gran Francisco de Aldana, cuando el autor de la ‘Epístola a Arias Montano’ se encontraba ya a punto de perderse para siempre junto al rey Sebastián de Portugal en el desastre de Alcazarquivir, año 1578: “ya no es tiempo/ sino de noble muerte”, dice citando al Divino.

El segundo apartado corresponde a la primera madurez, es decir, al encuentro con la voz propia. Las emociones, el amor, la infancia aparecen aquí, junto a experimentaciones métricas y homenajes al arte de la pintura —Munch, El Greco, Tiziano, etc.—. No falta un luminoso autorretrato: “Esta es, sin más —me dije (padre ya de dos hijos,/ marido y amador de la más alta dama,/ autor de varios libros para ingenios de gusto),/ esta es mi plenitud: no poseo cortijos,/ pero ofrece su frutos al celeste mi rama/ y galardón espero de Quien lo otorga al justo˝. Un hondo lirismo emanan los poemas recogidos de su ‘Año cristiano’, dedicados a la nostalgia de los recuerdos que suscitan figuras, fiestas y ciclos del calendario litúrgico.

La plena madurez concierne a la tercera etapa. Poemas dedicados a ciudades, lugares y personajes del Mediterráneo, en los que la voz lírica se sabe depositaria de un legado ancestral que nos trasciende: “Cuantos nos precedieron/ y los que han de venir/ están aquí en nosotros”.

La cuarta parte se ocupa de “La tristeza del otoño”. Crepúsculos, poetas, conticinios, parques, pero también elegías inspiradas por grandes películas se suceden en una geografía que va de lo íntimo y autobiográfico a lo exótico y social. Especialmente significativa me parece la composición titulada ‘Los familiares muertos’: “Y siguen con nosotros más ciertos que en la vida”.

Con el recuento y la sabiduría del invierno, llegamos a la quinta parte: “Cuando juzgo, Señor, cuán poco he hecho,/ me arrepiento y cambiar todo quisiera/ por seguir una vida verdadera”. Sigue el arraigado cristianismo, aun con las vacilaciones de la fe, el desengaño de la literatura y el escándalo de la injusticia ante la desgarradora realidad: “la geografía del dolor/ no cabe ya en los atlas”.

Bellísimamente escrita, notoriamente humana, cabalmente sublime, la síntesis que ofrece 'Las estaciones de la existencia', de Fernando de Villena, acierta a retratar el alma del autor en su vital jornada y plasmar sus preferencias: “me gustan las tabernas, no los bares de copas”, confiesa en el poema que cierra el florilegio. A través de sus páginas, accedemos a la visión de conjunto de un gran poeta.

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