CATAVINO DE PAPEL

Manuel Ríos Ruiz

Del exceso de publicidad en las televisiones españolas

01 de diciembre 2008 - 01:00

HACE setenta y cuatro años, el humorista y publicitario norteamericano Fred Allen dejó escrito: 'La publicidad es un ochenta y cinco por ciento de confusión y otro quince de comisión'. Por el contrario, nada más ni nada menos que el célebre comunicólogo Herbert Marshall MacLuhan, consideraba, hace treinta y dos años, que la publicidad es el arte del siglo XX. Bien, sea lo que sea la publicidad según las tantísimas definiciones que conocemos, sabemos por experiencia que supone un gran atractivo para quien la crea -no podemos olvidar aquel eslogan que realizamos en los primeros años sesenta: 'La Bota de Oro, la madrina de sus pasos', por ejemplo- y que en cierto sentido es un medio de comunicación de masas, sin el cual no podrían existir ni la prensa, ni la radio, ni la televisión privadas. Este hecho fehaciente no significa que por tamaña razón se pueda agobiar con los anuncios a lectores, oyentes y televidentes. De ahí que se configurara una regulación al respecto, la denominada Directiva sobre Televisión sin Fronteras, que establece un máximo de doce minutos de publicidad por cada hora de emisión. Y resulta que en España no se cumple ese tope de anuncios, sino que se rebasa con creces en las emisoras de televisión y por este abuso, verdaderamente escandaloso, la Comisión Europea, a petición de su departamento Sociedad de la Información, ha determinado denunciar a España ante El Tribunal de Justicia de la Unión Europea, afirmando: "El Gobierno español, al no contabilizar las telepromociones como anuncios, está contribuyendo a la saturación de anuncios que tienen que sufrir los ciudadanos españoles". Añadiendo: "Por esta razón hemos decidido pedir al Tribunal de Justicia de la Unión Europea que obligue a España a tomar las medidas necesarias para acabar con esta situación, de modo que los ciudadanos de ese país puedan pasar una noche entretenida delante de la televisión, al igual que el resto de los ciudadanos europeos". Esperemos que, de una vez por todas, nuestro Gobierno acate la normativa y no siga argumentando una serie de argucias para no hacerlo desde dos mil cinco. No hay derecho a tener que soportar tan larga ristra de anuncios, hasta el punto de que para ver una película de ciento y pico minutos, se consuman, en algunos casos, tres horas ante el televisor. Algo que perjudica a los efectos de la publicidad en sí, porque la gran cantidad de anuncios da lugar a que el televidente haga zapeo o anule el sonido. Por otra parte, la publicidad en televisión, tan directa al público en general, debería renovarse en algunos aspectos, especialmente procurar ir más al grano, como suele decirse, y sobre todo cuidar las imágenes, desterrando, por ejemplo, esos incomprensibles reportajes de coches destrozándose, que resultan repelentes. No obstante, somos conscientes de los valores de la publicidad, de la que se ha llegado a opinar, por el publicista Bruce Barton, que es la esencia de la democracia. Más tan alta estima no justifica su insoportable abuso con rotunda prepotencia.

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