Al margen de lo que se sustancie en la investigación, las detenciones del lunes no hacen sino recordarnos una vieja evidencia: la instigación del odio tiene sus frutos. Don Xabier Arzallus, siempre tan ilustrativo, ya nos advertía de sus debilidades, digamos, antropológicas: "prefiero un negro que hable euskera a un blanco que no lo hable". De donde se deduce que don Xabier despreciaba con ecuanimidad, tanto a una raza como a su contraria, y sólo atendía al bien de su causa. ¿Y cuál es esta causa tan primordial, se preguntará el lector curioso? En puridad, la misma que la de don Quim Torra: El Pueblo (elegido), La Raza (superior), así sus consecuencias inmediatas; el hostigamiento y la delación del vecino, transformado en enemigo exterior.

Naturalmente, no deben compararse ambas manifestaciones. Lo que en don Xabier y don Quim no es sino expresión intelectual de un sueño de pureza (así como de los peligros en que se halla su afligida etnia, siempre perseguida por semovientes de ADN dudoso), en los detenidos del lunes quizá nos hallemos ante el intento de remediar tales peligros. De ahí se infieren, inmediatamente, tanto la gravedad de unos actos como la naturaleza, clarísima, de sus intenciones. Pero la cuestión -una cuestión menor, si se quiere-, es que sin el largo y tedioso adoctrinamiento de la juventud, auspiciado por la democracia española, el problema que, presuntamente, quieren solucionar los chicos del CDR, no existiría. Y no existiría porque nadie se habría tomado la molestia de formularlo como tal, añadiendo, de paso, la identidad de los culpables. En el País Vasco se les llama maketos; en Cataluña, charnegos. Pero son sólo dos formas de mencionar a quienes consideran una excrecencia humana, tolerable pero incómoda. Dejo para otro día la manifiesta superioridad racial catalana, quintaesenciada en ciudadanos como Torra, Puigdemont y el dubitativo y remiso mosso indepe.

Sí querría distinguir entre la responsabilidad penal y la atribuciones morales de quienes, largamente y sin descanso (los Pujol acaso descansaran para hacer algún ingreso en Andorra), han fracturado sus sociedades, transformando a la mayoría de sus administrados en extraños, en huéspedes, en usurpadores de su propia tierra. Que luego llegue un mozo intrépido y quiera zanjar tan formidable ultraje, es sólo el colofón natural a un aciago delirio. Ese delirio es el delirio xenófobo y antidemócrata del nacionalismo. Torra lo llama liberación, pero se trata de una fisiocracia.

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