Opinión | Flamenco

Fran Pereira

El fandango caracolero de José Zarzana

José Zarzana y su hijo José, durante su actuación en Tío José de Paula en 2009.

José Zarzana y su hijo José, durante su actuación en Tío José de Paula en 2009.

EL pasado lunes, a eso de las once de la mañana, caminaba por la calle Naranjas en dirección a la redacción de Diario de Jerez cuando, de pronto, algo me hizo detenerme. De una de las viviendas de la calle salió un eco gitanísimo, de esos que ya no se escuchan. Me llamó la atención, ya no sólo por la claridad y la fuerza con la que interpretaba un fandango, sino por el aire caracolero que le imprimía al mismo.

Fue una sensación extraña, como si algo o alguien te atrapara en un momento dado, y no pudieras dejar de oír aquel fandango. Después de escucharlo, entendí que aquella voz era la de José Zarzana, una voz y una manera de cantar de la que quedé prendado hace tiempo.

Desgraciadamente, sólo he tenido la oportunidad de escucharlo dos veces, una en aquel inolvidable ciclo programado por el Ayuntamiento de la mano de José María Castaño en 2002 en la Plaza de la Asunción, y donde me grabó a fuego ‘La Salvaora’ con el baile de María del Mar Moreno. La otra, en 2009, coinciendo con el centenario de Manolo Caracol, cuando acompañó nuevamente a su hijo José a un recital ofrecido en la Peña Tío José de Paula, en una noche en la que su voz de caramelo me cautivó de nuevo.

Es el cante al natural, el cante que nace y que sale de dentro, el que no se aprende. Es quizás una cualidad de esta tierra, materializada en otros muchos ejemplos, pese a que, por circunstancias, éstos no se hayan querido dedicar a ello de manera profesional.

A los pocos días de esta anécdota, me contó su hijo Luis que aquel fandango no era sino una bienvenida a la nueva asistenta. “Es algo que hacemos nosotros”, me explicó con una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso de su padre José. “De haber sabido que eras tú, te habría invitado a entrar y a escucharlo”, confesó.

Me dijo también que muchos, incluido el añorado Juan de la Plata, que de esto sabía y bastante, le comentó en su día a su padre por qué no se había dedicado al cante, porque aquella voz no era una voz cualquiera. Cosas de la vida, que diría aquel.

Me marché entusiasmado, pero también con la sensación de no haber gritado ole, de no haber reconocido lo que, cosas del destino, había tenido la oportunidad de vivir, porque aquel momento lo merecía. Por eso, hoy quiero tributar mi particular homenaje a José Zarzana y a su fandango caracolero. Que Dios le dé salud y lo podamos seguir escuchando.

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