Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
ESTE crucero ha llegado a su fin. Estamos en una playa vacía y llena de algas negras, sin el más mínimo encanto. Acabamos de entrar en una hermosa iglesia barroca plena de imágenes y oro, en la que los feligreses corrían desesperados por ocupar el primer banco antes de la misa.
Hemos cruzado el Telón de Acero, dejando atrás el esplendor de Cracovia y el horror de Auswitch, pasando por la aséptica Varsovia, la legendaria Malbork y la industriosa Poznan.
Después de un viaje interminable, hemos regresado a las orillas del Báltico. Vagamos por el paseo marítimo de Sopot una mañana gris de septiembre. Pero este no es nuestro destino, a pocos kilómetros ruge Gdansk, la ciudad que llevó de la mano al mundo a su II Gran Guerra.
Pero no se confundan, no venimos a admirar vestigios históricos. El público tiene sed de ámbar y harán falta toneladas para saciarlo.
El guía ha excitado los ánimos, asegurando que los precios son ridículos, y ya hay quien se ve forrando las paredes de un salón de su casa de la valiosa resina, cual nuevo Pedro El Grande.
Habrá que ser fuerte durante esta jornada oscura con una perspectiva de tonos ambarinos.
Estoy seguro de que nos esperan escenas grotescas. Nuestro caudillo ha dicho que el valor del ámbar llegó a ser diez veces superior al del oro, pero que ahora en Gdansk lo encontraremos a precio de saldo.
El ámbar es un resto fósil, ya que es una sustancia orgánica y su estructura no es definida. Su composición varía dependiendo del árbol del que proviene, aunque todos tienen terpenos o compuestos que son comunes en las resinas endurecidas. En Europa, el ámbar se forma a partir de la resina del Pinus succinifer. La gran belleza del ámbar es la responsable de que haya sido considerado una sustancia preciosa, y por su origen misterioso era estimado como protección divina contra diversos daños para el portador de joyas ambarinas. Como tal, llegó también a usarse como un ingrediente en las medicinas y para propósitos religiosos.
Dios nos asista…
Poco a poco se van disipando las nubes y la ciudad nos recibe con una legión de casas estrechas y coloridas, coronadas por un elegante piñón. Hay en el ambiente un lejano aire a Flandes. Entre puentes y canales nos enteramos que durante siglos Gdansk perteneció a la Liga Hanseática, y que desde aquí se comerció con medio mundo. Las viviendas de los burgueses aún resisten, calladas y mil veces reconstruidas, para recordarnos épocas en que el dinero se cambiaba por pieles y ámbar. Volvemos a ver a los pescadores salir con sus redes a capturar los pedazos de resina fosilizada que salen a la superficie después de las tormentas, y después a los mercaderes que llevaron su misterioso brillo a los puertos más remotos. Gdansk floreció a lo largo de los siglos y la urbe libre y rica fue deseada por Suecia, Polonia y Prusia. La gigantesca y fastuosa iglesia de Santa María nos habla del poderío de otros tiempos…
Mi mente vuela a través de la historia, pero noto cómo mis compañeros de viaje empiezan a estar inquietos. Apenas quedará tiempo para comprar. Pasamos por la Fuente de Neptuno, el Ayuntamiento y la gigantesca grúa del puerto, bajo las atentas explicaciones de nuestro guía, que empieza a atemorizarse ante las miradas asesinas del grupo.
Gdansk acabó en manos alemanas, pero después de la I Guerra Mundial quedó como ciudad libre bajo el protectorado de Polonia, hasta que el 1 de septiembre Hitler invadió este enclave, lo que no fue tolerado por las potencias europeas.
El furor bélico ha anidado en el corazón de algunos de los visitantes, ya inquietos por la tardanza del recorrido. A estas alturas dan igual los astilleros de Gdansk, Lech Walesa, Solidaridad y el general Jaruzelski. La intercesión de San Karol Wojtyla será necesaria en breve.
Ulica Mariaca es el nombre mágico de la vía que une este valle de lágrimas con el paraíso de los consumidores de joyas. La Tierra Prometida. Todo termina en sus aceras en las que el oro, una vez más, se troca en ámbar. Soy consciente de que no habrá más noticias de Gdansk mientras dure la fiebre, así que me compro medio kilo de frambuesas y sentado en un escalón veo evolucionar a mis acompañantes.
Nunca vi algo así. Los hombres compraban como mujeres. Las mujeres como lobas…
Las confesiones del guía eran lo suficientemente reveladoras. Oí gritos. Presencié peleas entre familiares cercanos. Pude certificar estafas de gran calado y sin embargo asentí sonriente cuando me mostraron alhajas falsas adquiridas a precios fabulosos. Ámbar para las damas.
Ámbar para el caballero. Para el niño y la niña, para la abuela. Gemelos de ámbar, collares de ámbar, fósiles metidos en ámbar (como el lomo en manteca), polvo de ámbar para hacer ungüentos medicinales. Para fabricar potingues y bebitrajos, filtros de amor y medicinas…
Cae la tarde y Gdansk respira tranquila. Los bárbaros están satisfechos con su botín. Una vez más ha triunfado el comercio y la ciudad se sentará, mirando al oscuro Báltico, consciente de que siempre triunfará frente a las adversidades.
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