Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez: Alberto Escudier, Tales de Mileto, discursos de odio y Félix de Azúa (y II)
Dar tiempo al tiempo. A su tiempo maduran las uvas. La pera dura, el tiempo la madura. Cada cosa a su tiempo, y los nabos en Adviento. Lo que el refranero sentencia sobre la importancia de dejar que las cosas maduren y den su fruto siguiendo el curso natural de las estaciones se debería aplicar también a los frutos espirituales, culturales o tradicionales. Al fin y al cabo, cultura proviene del latín cultus, que significaba cultivo. En este caso, del espíritu.
Desgraciadamente la sobreexplotación comercial de las fiestas religiosas, no respetando los tiempos que les son propios, ya sea anticipándolas exageradamente, caso nacional o universal de la Navidad, o haciéndolas omnipresentes a lo largo de todo el año, caso andaluz de las procesiones extraordinarias, las desnaturaliza a la vez que produce hartazgo por saturación.
Se encienden en noviembre las luces de Navidad con una competencia feroz para ver quien las tiene más grandes, se multiplican los anuncios cursis de perfumes cuyos nombres se pronuncian como si se tuviera la boca llena de gachas o se abarrotan los supermercados de mantecados, polvorones, turrones e intrusos panetones mucho antes de que siquiera llegue el Adviento. Y cuando por fin, por decirlo en sevillano, entra la Navidad de verdad, la que celebra el nacimiento de Cristo, por el Arco de la Macarena –donde según el pueblo la rueda de un carro a un niño pilló y según Antonio Burgos, nardo y yerbabuena, la Virgen está–, y se hace del todo presente cuando el Señor viste la túnica persa, puede sentirse hartura.
Lo de las procesiones es aún peor. La Navidad nos la anticipan a finales de octubre y noviembre, pero eso que algunos queremos decir cuando decimos Semana Santa, es decir que los pasos salgan a las calles, está presente todo el año. ¿Cuántas magnas, santontierros grandes, salidas extraordinarias o procesiones de clausura de congreso ha habido en estos últimos años? Se acabó lo de esa luz de día de Semana Santa que los sevillanos saben distinguir muy finamente, de la que escribió Romero Murube. Y sucede lo que el refranero sentencia: Al hombre harto las cerezas le amargan. Cada día gallina amarga la cocina. El placer repetido genera hastío. Hasta el manjar más sabroso, hostiga cuando es copioso. Lo mismo pasa con las fiestas.
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