
El balcón
Ignacio Martínez
Rendir a golpes
Postdata
Los mensajes intercambiados entre Sánchez y Ábalos, de los que nos ha informado El Mundo, además de revelar la grosería de los personajes, no creo que supongan una gran novedad en la forma en que se desarrollan las relaciones internas en cualquier partido. En este ámbito, me parece, los diálogos privados se acercan más al patio de vecinos que a los salones de la Academia. Lo que sí ponen de manifiesto, y esto debería preocupar, es el hasta hoy inigualable hiperliderazgo de un Pedro Sánchez, exterminador feroz de cuantos pudieran hacerle sombra.
El Partido Socialista, ya en realidad Sanchista, ha llegado a ser lo que ahora es, aplicando determinados mecanismos que aseguran el poder omnímodo del presidente. Así, en primer lugar, es insuperable su control de los medios de comunicación. No sólo de los públicos, algo no tan anormal, sino de la gran mayoría de los privados. En estos tiempos, encontrar un periodista que sostenga una opinión contraria a cualquier decisión del gobierno en una televisión generalista no es desde luego sencillo. Y los que hay, casi siempre sujetos a burla, son la coartada de una disciplinada unanimidad. Añadan que al Sanchismo diríase que le importan bastante poco los derechos humanos. Además de en el secuestro de la pandemia, más tarde declarado ilegal por el TC, no ha sido especialmente respetuoso ni diligente en la dana de Valencia (“si necesitan más recursos, que los pidan”), ni en el martirio diario de una red ferroviaria que mortifica a millones de españoles, ni en la averiguación de las causas de un vergonzoso apagón, convenientemente dilatada para diluir responsabilidades e indemnizaciones. Tampoco le interpela en exceso la degradación de la seguridad ciudadana, al cargo de un ministro más quemado que el Windsor.
Prevalece sobre todo un liderazgo obsesivo, más atento a la conservación del poder que a cualquier otro problema. La política exterior, la conexión con la Jefatura del Estado, la educación, la situación económica, el prestigio del país, todo se pone al servicio de su inconmensurable soberbia.
No falta, por último, un férreo control de todas las instituciones estatales (TCu, BdeE, TC, CGPJ, FGE), e incluso de ciertas grandes empresas, que han pasado a ser correas de transmisión del partido. Tanto y tan amarrado que no será fácil deshacer los nudos cuando a Pedro, sea de su siglas o de otras, le acabe sustituyendo alguien con menos ambición y más sesera.
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