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Esta es una historia real. Los hechos descritos tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a las víctimas, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió”. Con esta advertencia comienza Fargo, una de las películas de culto de este siglo y la serie del mismo título que años después mantiene casi intacto el éxito de público y crítica. Se ha especulado mucho sobre la veracidad de esta cita, ya que no hay un hecho claro en la historia de ese estado norteamericano que se corresponda de forma directa con el delirante y negro relato del codicioso vendedor de automóviles, los dos criminales a sueldo y la inteligente, naif y preñada jefa de policía.
Los geniales hermanos Coen se quedaron con todos desde el primer minuto, porque lo de menos es saber si los hechos ocurrieron o no, ¿qué nos importa? La cuestión es la reflexión a la que nos empujan desde el primer minuto con esta especie de parodia del true crime: ¿Qué derecho tenemos a divertirnos con el mal ajeno y los sucesos dramáticos que le afectan a otros? ¿Le hacemos un favor a las víctimas (fallecidas o no) cuando recreamos al detalle todo lo que les ocurrió a ellos y a sus verdugos?
Es un debate de máxima actualidad 28 años después del estreno de la película y a más de 7.000 kilómetros de aquellos paisajes nevados. En la España de hoy, una madre acaba de atizar nuestras conciencias al denunciar el daño que el negocio de las productoras y sus docuseries de crónica negra provocan en las víctimas de carne y hueso. Patricia Ramírez, la madre del pequeño Gabriel Cruz, asesinado en Almería por la que era novia del padre, denuncia la grabación de un documental en el que participa la propia criminal, a pesar de la oposición de la familia del niño. Hay muchos más casos en el país a cuyas víctimas se les reaviva el dolor con esta moda televisiva.
Como la mayoría, he sido espectadora de alguno de estos productos y además ejerzo el periodismo, que puede estar en la misma diana cuando cruzamos ciertos límites; así que no pretendo predicar, pero sí compartir mi reflexión. Si poco nos importó la veracidad de la historia de Fargo para que el éxito fuera rotundo, si la trama tiene tanta fuerza que hasta la realidad tendría dificultades para superarla, ¿para qué nos empeñamos en acudir al pozo de las desgracias ajenas para encontrar inspiración? ¿Qué fue de la espléndida ficción? ¿Se nos ha acabado la imaginación?
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