Cuarto de muestras
Carmen Oteo
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Confabulario
La semana pasada supimos por The Thelegraph que la obra de Agatha Christie, llena de inteligencia, mordacidad e ingenio, iba a ser censurada con el permiso de su bisnieto, que es quien gestiona los réditos de doña Agatha. Según parece, los nuevos censores (llamados, paradójicamente, "lectores sensibles"), quieren eliminar referencias étnicas y términos malsonantes del refinado mundo donde brillaron, con brillo inolvidable, Hercule Poirot y la señorita Marple. Esto supone una actualización de aquellas hojas de parra que el Renacimiento añadió al esplendor de los cuerpos, para velar púdicamente sus ingles. Un esplendor, una vivacidad, no lo olvidemos, que en terrenos de la Protesta derivó en la gran destrucción de pintura sacra de 1566. Pero existe una diferencia obvia entre ambos sucesos. Cinco siglos más tarde, el arte de jibarizar libertades se nos presenta, ay, como un progreso.
Una primera cuestión, pues, debiera llevarnos a considerar con qué derecho se modifica la obra de la señora Christie. Otra pregunta añadida sería por qué estas personas tan sensibles no apartan de sí las páginas "desagradables" y se abstienen de entrometerse en las lecturas de otros. El asunto más importante, en todo caso, es la destrucción documental y la perversa comprensión del ayer que ello supone. Si hubiéramos de eliminar del arte anterior términos despectivos, nociones racistas, prejuicios religiosos y vocablos malsonantes, nos veríamos obligados a prescindir de todo lo producido en los últimos veintiocho siglos. Situación esta que nos sumiría en un sopor invertebrado y necio, al cual parecen aspirar y conducirnos los "lectores sensibles", por una razón meramente utilitaria: si no podemos conocer el arte donde se barajaron conceptos hoy periclitados, como la teoría de las razas o la justificación del esclavismo, ¿cómo sabremos comprender y defendernos de tales sucesos? Y en mayor modo, ¿cómo vamos a deplorar, no ya la tentación inquisitorial de entonces, sino el inusitado brío censor de ahora?
Por fortuna, incluso en la versión ñoña y restrictiva de "los censores sensibles", las novelas de la señora Christie conservarán no poco de su malicioso encanto. No es fácil destruir la grandeza de una obra, atacándola desde una pequeñez estéril, voraz y circunfleja. En todo caso, al lector se le privará de un disfrute muy concreto: aquel en el que la distancia histórica y el aire de época se nos revelan, momentáneamente, como restañables. En la posibilidad de tal sortilegio reside, en grave medida, el arte.
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