Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
La semana pasada, el tal Vito Quiles se dio un baño de multitudes en mi universidad Pablo de Olavide, como lo hizo el día anterior en Granada. Previamente, la Universidad se había aprestado a desmarcarse del acto, del cual al parecer no tenía noticia, ni siquiera indirectamente. Fue el propio activista, quien amparado en la cantidad de seguidores que le siguen en las redes sociales (más de un millón en Instagram, dicen) el que se autoinvitó a la fiesta, detrás del poco trabajado lema de “no nos pararán”.
Me pasa con Quiles lo mismo que con otros agitadores de ocasión, aficionados a bucear con la corriente a favor entre las comprensibles frustraciones del público más joven, ese mismo al que los partidos sistémicos hace tiempo que dejaron de hacerle caso. ¿Qué es lo hay que parar? Si de la Universidad se trata, todo lo que no sea un discurso razonado y sujeto a contradicción dentro de las más elementales normas del respeto a la libertad de opinión, en un entorno más o menos académico, está fuera de lugar. Si hablamos de comunicación, por su condición de periodista, todo lo que exceda de la capacidad de influir sin caer por sistema en el anatema y el insulto, a mí no me interesa. Si de política, toda pretensión de ocupar un espacio público para arañar después unos votos imberbes con vistas a un sillón en el Parlamento se antoja ya un poco visto, y demostrado está que suele venir además con fecha de caducidad.
Pero lo verdaderamente interesante de estas performances de la hora, que ni son nuevas ni asociables necesariamente a una idea o creencia o determinada, es el impacto que producen en ciertas capas sociales en el entorno de la universidad, pese a su rampante falta de contenido. Cuatro consignas mal hilvanadas, la bandera como apropiado signo de pertenencia y, sobre todo, la identificación de un enemigo reconocible, son hoy elementos más que suficientes para articular un discurso, dejando a los supuestamente encargados de representar la voluntad popular en un desvaído segundo plano. El caso de este Vito Quiles, visto así, no es más que otro ejemplo de cómo el modo de hacer política está cambiando, deslizándose el campo de actuación hacia terrenos desconocidos para la disputa clásica. Y de ahí, probablemente, esas proyecciones demoscópicas que, al que más y al que menos, andan quitándole el sueño.
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