Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
CAMINO de una conferencia, me paré un rato con ellos en la Plaza del Arenal. Vigilados desde lo alto de su pedestal por el general Primo de Rivera, los acampados recogían firmas de apoyo a sus demandas de regeneración política, de escuela y despensa, y explicaban a la gente su inquebrantable opción pacífica, su deseo de llamar la atención sobre una sociedad, la española, que ha llegado al límite del colapso.
Entre los acampados muchos jóvenes, sí, pero otros no tanto y, que yo viera, ni una mala cara, ni un gesto agresivo, ningún interés en convertirnos en solidarios a la fuerza. Todo muy cívico, con algunos perros que miraban a sus combativos dueños, sus dioses, con ojos de respeto y admiración. Al lado del campamento, algo que habla claramente del pacifismo de los indignados, un tiovivo con niños a caballo y en el resto de la plaza las mesas de los bares repletas de cervezas. El movimiento 15-M, o de los indignados, ha logrado en poco más de un mes remover nuestra conciencia ciudadana y espolear nuestra capacidad de crítica, tan adormecida en los últimos tiempos. Una sociedad sin espíritu crítico, abandonada en las manos no siempre limpias de los políticos, insensible a las voracidades bancarias, ha despertado en mayo gracias a un montón de gente noble brotada de las entrañas de Internet, y he aquí que las plazas de España son un hervidero ético donde se vota, se decide y se sueña con una sociedad más justa, más social y democrática. Donde se sueña, como se ve, no con utopías sino con cosas hacederas, porque no hay nada más hacedero, y más constitucional, que un Estado social y democrático de derecho. Los más limpios, que casi siempre son los que más se ensucian las manos, andan ya pidiendo que se les desaloje porque son unos guarros y estropean las plazas, que han convertido el centro de nuestras ciudades en campamentos chabolistas. Son los abanderados de la limpieza, que no los limpios de corazón, gente que no soporta a una criatura durmiendo en la calle pero aguanta sin torcer el gesto el mal olor del dinero sucio. Soplo de aire fresco, juventud de manos blancas, los indignados lanzan consignas tan sensatas que parecen escritas por niños, que ruborizan de tan elementales. Y quizás por eso molestan tanto. A algunos les gustaría que pidieran la luna, para tacharlos de majaras, pero como piden lo posible se tienen que conformar con llamarlos guarros.
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