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Francisco / Bejarano

Lo ínfimo

14 de marzo 2014 - 01:00

LA lengua española es tan dinámica, viva y clara, y somos tan afortunados por tenerla en común con tantos millones de hablantes, que debía estar compuesto hace siglos un himno sacro de acción de gracias por ella para maitines. Pensaba en la expresión "lo ínfimo", lo que no admite mayor degradación, el punto más bajo posible que no puede descender más. Las leyes físicas lo niegan y solo el hombre lo consigue. Es como llegar al polo norte y darse cuenta de que se ha acabado el norte terrestre, no hay más. Está el norte celeste, pero intentar seguir es pensar en lo excusado. Muchos escritos hemos leído, algunos de inteligencias no discutidas, sobre la persecución de lo ínfimo por la televisión. Quizá no lo haya alcanzado todavía, pero es cuestión de tiempo y es de desear que lo consiga, porque lo ínfimo es profundo, terrible y alcanzable, no infinito.

Despierta curiosidad el saber hasta que abismos de degradación es capaz de descender la raza humana. La televisión es la única manera de comprobarlo en un tiempo no demasiado largo. No solo de degradación corriente y fácil, mezcla de estupidez e indignidad, sino la de la indecencia como diversión. Hace algún tiempo, personas inteligentes y respetables avisaron de que maleducar en el peor gusto a la gente sencilla era un peligro; pero ahora se han dado cuenta de que es lo contrario: educar en el mal gusto debilita a la masa informe e iletrada y es el mejor antídoto contra el igualitarismo. Nadie, salvo la canalla, quiere ser un igual de la canalla que puede ver en televisión, porque es más libre que quienes defienden la libertad de ser ínfimos.

Pero todavía hay otras ventajas: ciertos grados de mala educación impiden el ascenso al poder y el acceso a cualquier tipo de conocimientos ordenados. Darán siempre turba infame. Si los programas ínfimos tienen mucha clientela, además de ser motores de riqueza, aumenta la turba. Así, lo que hasta hace relativamente poco era pueblo llano, con dignidad y vida decorosa, tiende a dar rienda suelta a los instintos más bajos para albergar la esperanza de salir en la pantalla. Esto nos conviene a todos: al antiguo pueblo, porque al convertirse en carne de televisión se divierte y parece feliz y libre, y a quienes cuentan con medios mentales para no descender, porque extreman las distancias y se convencen de que la igualdad no es deseable. Promover lo ínfimo tiene un punto de perversidad, pues hace imprecisas las fronteras de la normalidad, pero ayuda a distinguir.

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