Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
Rafael de Paula vino al mundo y se ha marchado del mismo en idéntico día de la semana: el domingo. Un artista tan tocado por la virtud de los ángeles no pudo protagonizar la explosión a la vida y la implosión a la muerte sino en el día del Señor. Nada sucede por espontánea casualidad. Los hados espolean el factor determinante del porqué de las cosas. ¿Qué sucedía en Jerez de la Frontera el 11 de febrero de 1940 cuando rompiera su primer llanto quien, andando los años, sería genio de la torería capaz de acuñar la expresión que en sí misma encierra el leitmotiv de toda una filosofía vital: “En mi hambre mando yo”? Aquel domingo las temperaturas subieron a traición. Hizo un calor de espanto. El Xerez jugó contra el Cádiz en la ciudad de la Tacita de Plata. Los aficionados desplazados hasta la “señorita del mar”, como la calificara José María Pemán, regresaron muy descontentos. En primer lugar, por el ambiente tenso, bronco, latente en los aficionados. En segundo término por la violencia entrambos equipos sobre el terreno de juego. Y, en última instancia, por el resultado final: una derrota, según Adrián Pulido, como consecuencia de perseguir constantemente al adversario y no centrar la táctica en la creación de jugadas efectivas.
Pese a varios jubilosos natalicios -entre ellos el de nuestro torero por antonomasia-, también el domingo se tiñó de luto. Así, por ejemplo, tras galopante enfermedad, dejó de existir Pilar Martínez Tardío, viuda de Blas Gil López. Fue Pilar una mujer de veras activa, desde que fundara una modesta pensión en la calle Porvenir hasta que, meses antes de su defunción, dejara el negocio del Hotel Los Cisnes, a cuyo frente elevó la categoría de esta casa a la altura de las primeras de España. El féretro, forrado externamente de terciopelo negro, con aplicaciones del mismo color y un crucifijo sobre la tapa, fue sacado de la casa mortuoria a hombros de Joaquín Ceballos, Miguel Neira Fernández, los sobrinos Mariano y Antonio y José Martínez y el nieto Federico C. Bañasco Gil. Precedía el clero de la iglesia filial de San Dionisio con cruz alzada “y en rito de tercera clase”, yendo de preste el coadjutor José María Pastor Ojeda y de caperos los presbíteros José Mier Terán y Anselmo González García.
Pilar Martínez era muy querida en la ciudad. Numerosas personas formaron el cortejo fúnebre, cuya presidencia ocupaban el abad de la Colegiata Teodoro Molina Escribano, Manuel María González Gordon, Antonio Parra Guerrero, Pedro Pérez de Molina y Díaz de la Barcena, José García Riquelme, Miguel Neira Fernández, Rafael Pozo Roldán, Luis Caro y, entre otros, Antonio García Vaca. En la capilla del cementerio entonó responso el capellán Bartolomé Orellana Saborido. Recibieron sentidos pésames la hija Carmen, el nieto Federico Carlos, hermano Mariano, así como sobrinos y demás familia doliente.
A las cuatro de la tarde del mencionado domingo también fue trasladado al camposanto el cadáver de quien fuera convecino Juan Borrego Retamero. En la cabecera del cortejo, el clero de la iglesia filial de San Juan de los Caballeros con el preste coadjutor Francisco Castell Velázquez. Acompañaron el presbítero Benito Durán Verdun, el interventor de los fondos municipales Antonio García Rodríguez, Pedro Ortiz Cortiguera, José Castell Tejero, el sobrino del extinto Antonio Borrego Casal y el hijo del mismo Juan Borrego Cornejo. Recibieron condolencias la afligida viuda Ana María Cornejo y Pizarraya, y los hijos Juan, Josefa, Mercedes y Matilde, así como el hermano Antonio. Otro entierro que causó honda consternación sería el del cadáver de la malograda joven Josefa Caballero Almagro. Sobre el ataúd fue colocada una hermosa corona de flores naturales, ofrenda del prometido de la difunta. No faltaron a las exequias el capellán de la Merced Rafael Serrano Calderón, Olegario Rodríguez Aparicio, Manuel Barea Rodríguez, el referido prometido Juan Barrera Gálvez, su padre Jerónimo Caballero y otros parientes.
Pese a que aún faltaban algunas semanas para el comienzo de la Cuaresma, este domingo de febrero muchos fieles, devotos y hermanos asistieron al Carmen y a San Francisco para los cultos del Cristo de la Lanzada y las Cinco Llagas. Centenares de personas abarrotaron la iglesia de los padres carmelitas para escuchar la elocuente palabra del padre Claudio de Trigueros, guardián del convento de Capuchinos, de Sevilla. Al término de la celebración se procedió a la ceremonia del besapiés al Santísimo Cristo de la Lanzada, con la interpretación del ‘Miserere’ de Eslava a cargo de la Schola Cantorum Carmelitana, que dirigía el profesor Antonio Asencio Vivero. La iglesia de San Miguel acogió un Cabildo General de hermanos del Santo Cruifijo. La cartelera del Teatro Villamarta proponía la película ‘Una pareja invisible’, protagonizada por Cary Grant y Constance Bennett.
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