Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
CÁDIZ es una bellísima muchacha trimilenaria. Tan femenina singular como poliédrica en su permanente subversión temperamental. Siempre despierta. Ella te acoge en su seno, entre el aguaje y la piedra ostionera, como si la estuvieses cortejando a distancia. Prefiere que tomes la iniciativa de perderte en sus calles de salada claridad. Se trata de un fértil modo de rondarla. No procures buscar analogías con otras localistas idiosincrasias similares en tanto ni de lejos la hallarás sino en la mismísima Habana. Ya sabemos -loor y gloria a la máquina de escribir de Antonio Burgos- que la Habana es Cádiz con más negritos y Cádiz es la Habana con más salero. Si pisas la orografía gaditana, los prejuicios quedan ipso facto exculpados. Retomas la gimnasia cultural del andarín por libre. Los sentidos -a la chita callando- perciben una fiesta interior de alto copete. La vivencia -mientras conjugas el verbo experimentar por tanguillos- se torna mitología secuencial. Si Cádiz te mira frente a frente, enseguida adviertes un rubor de espanto.
Cádiz no crece como femme fatale. Está más cerca de Minerva que de Mata-Hari. Más de Yemayá que de Salomé. En Cádiz -huelga decirlo- la letra con sangre entra -sobre todo si lleva caligrafía de Fernando Quiñones-. Sus guerreros manejan espada de dos puntas: la Punta San Felipe y la punta jurado. Bajo la postrera noche agosteña la generosidad circunvecina te invita -gratis et amore- a una pantagruélica cena de fideos con caballa. Con el cielo por techo y la arena de la Caleta por suelo. Cádiz no reniega de su universalidad en aras de contradecir ni contraponer esta cristalización de su renombre porque, de lo contrario, incurriría en neto desdoro para con el lema del poeta Fernando Villalón: “El mundo se divide en dos grandes partes: Sevilla y Cádiz”. Ambas -la hispalense y la piconera- se saben hijas de Hércules. Y estos lazos consanguíneos, quieras que no, imprimen carácter.
Cada verano Cádiz celebra un Festival de Jazz que por lo pronto merece capítulo aparte. La calidad de su programación cultural no sufre virajes cualitativos a la baja prácticamente desde su creación. No hablamos de un acontecimiento más o menos convencional al uso. No. La exégesis programática, ya digo, edifica un acontecimiento de incalculables dimensiones capaz de reunir a cientos de personas en los diarios conciertos de la franja nocturna. El embrujo -pacífico como la mansedumbre de un amor secreto- del Baluarte de la Candelaria pone de su parte. Las penúltimas ediciones consolidan la excelencia como denominador común. La gestión cultural se debe a la mano maestra de Marina Fernández, quien derrocha devoción por el jazz y por consiguiente conocimiento de causa. En esta última propuesta 2025 el festival ha congregado a más de 5.000 asistentes -el 40% procedente de Cádiz y el 60% de otros puntos de Andalucía, así como de España y el extranjero-.
Un cartel de altura -otra vez- hemos disfrutado los amantes del género: desde la jerezana Ana Crismán a la compositora chiclanera Paula Bilá. Amén la presencia de referentes tales la Jove Big Band Sedajazz, el trompetista suizo Erik Truffaz, el saxofonista Antonio Lizana, Ariel Bringuez, Harold López-Nussa Trío o la actuación estelar de Rita Payés, ¿verdad que sí, Pepa Pacheco, Jesús Gómez, Selu García Cossío? El aforo a rebosar. Noche tras noche. El jazz no tiene edad. Ni para aficionados ni para intérpretes. Todo conjuga una corporativa quinta dimensión. Rita Payés es pulsión creadora. Un pentagrama que ahuyenta simulacros. Su tono artístico agavilla mensajes liberadores. Calla cuanto desconoce, confiesa cuanto presiente. Embelesa la mayéutica de su romanticismo. La música también como hecho lingüístico. Cantante de jazz y bossa nova, compositora, trombonista, madre por segunda vez, apenas 25 años y una consagrada madurez -de casta le viene al galgo- musical. El arte, en ella, se transforma y evoluciona como el dictado de un soneto cuyos versos jamás son abducidos por los círculos concéntricos de la madrugada. Cádiz, epicentro del jazz por enésima vez. Y van…
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