Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

El verso nunca descrito de la Santa Cuaresma de Jerez

Tiene algo de cuerpo en brazos, de pestañas que se alzan, de filial serenidad.

Tiene algo de cuerpo en brazos, de pestañas que se alzan, de filial serenidad.

¿Habéis reparado en de uno de los versos mil veces escrito -y nunca descrito- de la Santa Cuaresma en Jerez? Siempre el mismo verso sobre el papel inexistente. No aparece en ningún Pregón de atril tembloroso. Ni en el plano-secuencia de una tertulia improvisada según la hora ámbar de las Casas de Hermandad. Ni en la metáfora de tiempo detenido de los montajes de los pasos de palio dentro del cofre cerrado de los templos. Abstengámonos de encontrarlo en las entre líneas de las predicaciones de los cultos. Tampoco en la rompiente de la cera derretida de los altares de Quinario. No lo busques en el lapislázuli de los diseños de besamanos de los mayordomos. Ni en el arabesco que el incienso dibuja sobre el aire blanco de la mañana. Ni en el esquinazo de las atribulaciones que nos afligen. Ni en los nudos de los zapatos negros de soldado marinero que recorren el trazado urbanístico -ciudad a través- en estos domingos maratonianos de veneraciones de nuestros Sagrados Titulares.

¿Habéis somatizado uno de los versos mil veces escrito -y nunca descrito- de la Santa Cuaresma en Jerez? No es un verso literario que deletree soledades o desaforadas ambiciones en el repujado de una vara dorada. No es un verso de llanto incontinenti en la nostalgia color avellana por quienes ya no habitan junto a nosotros. No es un verso que a diario se levante con el pie izquierdo, como un conjuro sucio de maledicencia. Tampoco es un verso que pronto líe el petate, prepare los bártulos y pille las de Villadiego despidiéndose a la francesa. No se halla en la etimología del verbo. Ni en el vuelo rasante de las plumas de ninguna centuria romana. Ni en las hojillas de los mantos bordados de Carrasquilla. Ni bajo la espuma de ola quieta de la plata de ley de Villarreal. Ni en el toque de queda del solo de corneta. Ni en el equilibrio milimétrico de un padrenuestro que a veces brota autómata e insincero.

¿Habéis observado uno de los versos mil veces escrito -y nunca descrito- de la Santa Cuaresma en Jerez? No gravita en torno a la naveta con forma de barcaza sin sandalias del pescador. No subyace bajo el cíngulo blanco de interrogantes franciscanos que ajusta los riñones de la Fe. Ni detrás del dosel alto y rojo, como una pantalla de reconversión. Ni en la miel de las torrijas que es convocatoria de las vísperas en las pastelerías más céntricas de la ciudad. Ni en la malla del capirote de rejilla que evita jaquecas cuando ya la cofradía se ha recogido. Ni en la pisá más cortita del costalero cuando la canastilla se mece en el costero a costero de un movimiento de nana sin chupetes de sangre y sal. Ni en la página color sepia del penúltimo capítulo de la intrahistoria de nuestras Hermandades.

¿Habéis analizado uno de los versos mil veces escrito -y nunca descrito- de la Santa Cuaresma de Jerez? Tiene algo del cristal de la inocencia que nunca se engríe. Tiene algo de la comprensión del mundo sin la veta venenosa del pecado aposta. Tiene algo de la caligrafía graciosa y espontánea de la ternura del ser humano en su edad más pura y radiante. Tiene algo de presentación y sin embargo reencuentro. Tiene algo de sonrisa interior, de corazonada que late en algarabía, de párvula boca, de inmensidad diminuta. Tiene algo de cuerpo en brazos, de pestañas que se alzan, de filial serenidad. Tiene algo de labios de biberones, de mofletes de nácar, de alas de ángel de la guarda siempre presto, de espejo del germinar a la vida. Tiene algo de retina pequeña, de iris inmenso, de bondad infinita. ¿Os habéis percatado del verso mil veces escrito -y nunca descrito- de cómo miran nuestros niños a las Benditas Imágenes en el milagro cierto de la Santa Cuaresma de Jerez?

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