Jerez: en la muerte de Jerónimo Roldán (I)

Jerónimo Roldán, segundo por la izquierda de la fila de arriba, cuando, con 16 años, cursaba sexto de bachillerato en el Pilar.
Jerónimo Roldán, segundo por la izquierda de la fila de arriba, cuando, con 16 años, cursaba sexto de bachillerato en el Pilar.

17 de septiembre 2025 - 05:00

En el desván de la memoria yace esta mañana un ataúd. El sol es una antología de lágrimas calientes. Aquí también todos los huesos -como señalaba el poeta Carlos Bousoño- son antiguos. Dios habita en la ligera brisa de la nostalgia. El amor se empapa de recuerdos. El verano aún no se ha marchado en este mediodía revestido de negro luto. Nadie quiere que Jerónimo duerma su historia. Nadie desea que el reposo -esa quietud solemne que a veces nos anonada- cruja como la madera triste de un ayer ya implorado de olvidos. El correr de la muerte no arrancará de cuajo las raíces de la belleza. Ni de la beldad humana. Ni de un legado -personal y profesional- que hoy aglutina a la práctica totalidad de los sectores de la ciudad. La fulguración de los afectos no es luz fatua, como el fuego de la ópera de Manuel de Falla. Pero hete ahí un féretro ancho, como la permanencia de un titular periodístico. Hete ahí un féretro alto, como el embeleso de la nube que algodona su silencio. Hete ahí un féretro cubierto por un paño mortuorio con olor a incienso.

Accedo al interior de la Basílica de la Merced cuando aún apenas nadie ha llegado. Percibo como una destrenzada humedad demasiado umbría de remembranzas. En un amén el interior del templo ya está a rebosar. Como una tarde de toros con toque de clarines y Puerta Grande. Como un estadio de fútbol en el súmmum del derby local. Como una sucesión de celebraciones de San Francisco de Sales con multitudinaria asistencia de periodistas. Pero ahora todo el público está adscrito al incondicional cariño por el prójimo en primera persona del singular, con nombre y dos apellidos: Jerónimo Roldán Rosa. Persona de Fe inquebrantable, discípulo de Dios, un bien nacido…

En una primera ojeada reconozco, entre otros, a Felipe Ortuno, la familia Paz Coiras, Ángel Revaliente, Antonio Lozano, Miguel Perea, Felipe Morenés, Fina Durán, Borja Segovia, María Jesús Durán, Juan Salido, Juan María Vaca, David Gallardo, Manuel Báez, Paco Garrido, José Antonio Vázquez, Rafael Valenzuela, Enrique Espinosa, Paco Zurita, Agustín Muñoz, Tomás Sampalo, Daniel Lamparero, Loli Barroso, María José Aguilar, Pepe Márquez, Manuel Reguera, Atilano Pacheco, Marciano Breña, Juan Luis Pérez, Daniel Rivas, Paco Lobatón, Rober Pazo, Salvador Gutiérrez, Jesús Catalán, Roxana Sáez, Paco Sánchez Múgica, Carlos Piedras, Juanma Romero, Rocío Fontán, Alejandro Aguilar, Ana Carrión, María del Mar Carrasco, Feliciano Merino, Aurelio Romero, Antonio Martínez Beas, Manuel Cambas, Fernando Fernández-Gao, Álvaro Molina, Pedro Alemán, Eduardo Duarte

Jerónimo, periodista vocacional, a nativitate, todoterreno veinticuatro horas al día, inasequible al desaliento, corredor de fondo, al pie de la noticia como el esférico siempre en la velocidad del borceguí del extremo izquierda, dominador -que no dominante- sobre el terreno, informando nunca al bies y siempre en ‘Simultáneo’, timbre de voz de radio de la tarde de los domingos de la década de los 70 y los 80, fino crítico taurino que recibía la última hora a portagayola para siluetear una doble verónica de periodismo y tauromaquia. De puro respetuoso para con los colegas del gremio, ha sido justamente respetado en reciprocidad por la generalidad de comunicadores de Jerez.

Jerónimo -que solía trazar la trayectoria del peine como así Ramón Gómez de la Serna- caminaba peculiarmente como el barco del paso de misterio de su Hermandad del Flagelado de la calle Medina: de costero a costero siempre con el izquierdo por delante. Se le veía venir -corpulento, un paso y otro, cada vez más cerca- sin violentar el aire. Siendo quien suscribe adolescente, recién mudado a la Albarizuela con 13 años (1984), Jerónimo -ya en la cresta de la ola del oficio periodístico con décadas de pleno ejercicio a sus espaldas- fue vecino del edificio de enfrente de mi domicilio de calle Arcos 36: entraba él y salía de su piso del número 43 -1ºB-, bloque donde antaño también tuvo residencia el recordado cofrade Francisco Mateos González-Campos y su mujer Rosalía (propietaria de ‘Calzados Torres’). Como acabo de tocar la pared frontal del número de caracteres del presente artículo, continuaré, Deo volente, el próximo viernes…

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