Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
Rechoncho, la papa emergente -cuya flacidez queda descolgada del rictus a ratos pálido-, las cejas pobladas, en las manos sosteniendo un cuaderno cuya primera hoja salvaguarda la caligrafía de un epitalamio en alejandrinos, corto de estatura -y alto de ingenio-, el pensamiento como cortinas que se descorren en pos del próximo juego de palabras, el surrealismo nunca atildado (cuyo trasfondo prevalece sobre la teoría del electrón), el doble sentido que no se para en barras, el traje negro tizón, el bombín junto a las posaderas, la mirada -aunque entrada en años- ilusionada como la antesala de la hora prenupcial, los oídos prestos, la mano derecha dinámica en tanto no cesa de tomar apuntes… Sentado a horcajadas sobre el terciopelo rojo de su asiento previamente -a efectos protocolarios- reservado en las tres primeras filas de la derecha… Así hubiese asistido el pasado martes José Luis Coll a la conferencia -para enmarcar en moldura de oro viejo- de Jesús Rodríguez Gómez -a resultas de su discurso de ingreso como académico de Número- en la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras.
Asintiendo con la cabeza, el bigote que de continuo cubre la sonrisa ladeada y también alzando vez tras vez el pulgar hacia arriba: así mismamente imagino a Fernando Lázaro Carreter hace tres días en la sede social de la docta casa jerezana frente por frente al nuevo académico numerario de cruz -la de su Cristo de la Expiración- y raya -las miles de sus elegantes trajes-. A medias barbado, entrelazadas las manos sobre la empuñadura de un bastón que es espada sin capote de la adultez, el cabello abundante a la manera de los atávicos patriarcas, así silueteo la presencia de Rafael de Paula en la charla de quien antaño fuese presidente de la Plaza de Toros de Jerez y conferenciante que en sentido figurado obtuvo Puerta Grande y salida a hombros tras una faena capaz de provocar el delirio. No a medias, como Paula, sino barbado del todo, corroborando para sus adentros saberse discípulo de Manuel Halcón o José María Pemán o los cielos perdidos de Joaquín Romero Murube, hermano mayor sin Cabildo de Elecciones de la Hermandad de la Columna (periodística), aún soñador y soldador de imaginarios que retratan zapatitos del niño Jesús de la hispalense Virgen de los Reyes y de pies descalzos del autor de sus días con farol de cruz de guía en el cortejo nazareno de quien Todo Lo Puede desde el sevillano domicilio de la Plaza de San Lorenzo, así apuesto doble contra sencillo -tal como si lo viera- al maestro de articulistas Antonio Burgos en el ala de académicos -en tanto lo fue de la de Buenas Letras de Sevilla- el pasado martes en la primera planta de la jerezana calle Consistorio 13.
Con su timbre de voz de cantaor flamenco que nunca se ha arrancado por bulerías, con sus sandalias franciscanas -y su premio Leopoldo Panero de poesía en el bolsillo izquierdo de la guayabera gris perla- y la nariz redondeada de quien puso música -como al abordaje de una piconera de pata de palo- a ‘La canción del pirata’, así hubiese observado a Fernando Quiñones, riendo a mandíbula batiente de molares adentro, en la por ahora última sesión académica -perdón, siempre penúltima- celebrada puntualmente, como cada semana, a las siete y media de la tarde. Si calificamos la intervención de Jesús Rodríguez -titulada ‘El lenguaje popular andaluz’- de brillante, pecaríamos por defecto, igualmente resultaríamos inexactos en la definición y ademas, para colmo y a más inri, no nos llegaría la camisa al cuerpo. Quienes asistieron a la convocatoria, multitud por cierto, saben a qué me refiero -¿verdad que sí Mauricios González Gordon y Gil Cano, Pepín Mateos, Antonios Mariscal padre y rama que al tronco sale, Miguel Ángel Montero Jordi, Paco Carrillo, Pilar Chico, Manuel Antonio García Paz, Jesús Medina García de Polavieja, Elena y María José Aguilar Valderas, Juan Carlos Durán, Eduardo Gómez Beser, Ignacio Martínez, Luis Salido, Antonio Millán Garrido?
Alta cultura, profundidad andaluza: la de los tópicos y la de los mitos y la real, chispa y gracejo, reflexión y aforismo, hipérbole y antítesis y metáfora, anecdotarios a granel, fascinación analítica… Jesús estuvo magistral -temple, con una dicción que torea despacio, como ganando terreno a cada segundo en el lance de la oratoria, fuera de todo entumecimiento verbal, al margen de las suertes de costadillo, calzando unos castellanos con espíritu de manoletinas, diestro y jinete a la vez, caracoleando -en clave blanquiverde- sobre el caballo de toda jerezanía y sobre la caballa de toda gaditanía. En las palabras de introito ya dibujó dos verónicas de ensueño: “Nadie está más vacío que quien únicamente está lleno de sí mismo” y “Nunca hay que ser falso de falsa modestia”. Y sólo fue el comienzo…
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