Manuel Fernández García-Figueras
Sherryzanías
HOY el fuego campa a sus anchas. Con extensibles lenguas que adquieren infernal velocidad de crucero. Con ramificaciones -serpenteantes- campo a través. De norte a sur del país. ¿Heredad del titán Prometeo? ¿Agni haciendo gárgaras? ¿Vulcano roncando con la boca abierta? ¿Hestia, rendidas las fuerzas, en estado de duermevela junto a la chimenea del universo? ¿Vesta que, a falta de otras distracciones, hace juegos malabares? ¿Zhu Rong echando leña a la candela en su tarea de separar el cielo de la tierra? ¿El ministerio del Tiempo y el ministerio del Fuego instalados en el mismo edificio? La oleada de incendios que asola y azota nuestro suelo patrio no forma parte de ninguna ofrenda sacrificial… ¿Imperativos de la canícula en la cíclica vuelta de tuerca de los meses estivales? ¿Pe de precaución que no calza con pe de política?
El verano siempre esponjó iracundas amenazas de muy diverso tipo. ¿Sin comerlo ni beberlo? Cada estación del año contiene y conlleva sus terrores favoritos. No todo -ni ahora ni antes- es asueto, divertimento y oxigenación en el largo y cálido verano, por decirlo con título de éxito cinematográfico de Paul Newman. Quisicosas del calendario cuando la climatología no juega al esconder. Durante el año 1908 no pocas calamidades yermaron los plantíos jerezanos. Las más temida entonces adquiría nombre propio: la langosta. ¡Menudo bicho de cuidado! ¡Cómo se colaba de rondón! En profusa bandada era temible. Invadían las langostas sin piedad. Exterminaban a ras sin ningún atisbo de clemencia. Jamás recularon cuando, silentes, acechaban. Implacables a la chita callando. No quedaba otra que permanecer alerta, con los ojos muy abiertos, sin pestañear apenas, prestos a cualquier indicio del acecho. La amenazaba se cernía de sopetón. Sin previo aviso de la madre naturaleza.
La langosta era enemiga -sin causa- que atacaba a bocajarro. Alineadas en legión. El peligro no se teñía de ninguna mascarada. La defensa, por el contrario, exigía esfuerzo y un amplísimo número de hombres -enérgicos, avispados- con destreza y sentido de la coordinación… No cualquiera servía a tal fin. Los trabajos para tamaña extinción resultaban tan urgentes como desagradables. El esfuerzo, ímprobo. Al pie del cañón, sin despiste ni distracción. Tal que así había que luchar contra la langosta. La rapidez era condición sine qua non. Sin maña, el objetivo quedaba baldío. Elasticidad muscular y agilidad mental. Si no se operaba en un pispás, todo quedaría en nada…
La invasión de este insecto la tomó entonces con Jerez. La plaga no se hizo presente de higos a brevas, sino más bien con un estrecho ritmo por veces más agobiante. Aquí no cabía puente de plata para enemigo que huye. Porque la langosta -a diferencia del saltamontes- no se amilana, no se echa atrás: actúa además de forma gregaria al objeto de formar enjambres que por lo común causan gravísimos daños a la agricultura… La langosta confunde porque cambia de color y morfología. En 1908 esta ocupación, este asalto, este asedio, esta plaga… tuvo lugar en el cortijo ‘Frías’, propiedad de Mariano Sánchez Romate. La reacción fue inmediata. Enseguida se contrarrestó el daño. Y la extinción se logró en un amén…
Mariano no dudó un segundo. Reunió a 300 hombres en pro de la causa. Todos dedicados a recoger insectos. Para ello se valieron de unas sábanas y de gasolina. Poco después lograron llevar al quemadero unas 200 arrobas diarias. La lucha contra la langosta se definía como una de las exigencias más preeminentes e imperiosas de la agricultura. Esta misión era consideraba incluso como un deber cívico. Sánchez Romate es historia de Jerez. Un año más tarde de este suceso sus bodegas fueron incluidas como proveedores de la Cámara de los Lores de Reino Unido y, en 1917, del Sacro Palacio Apostólico del Vaticano.
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