Yo no saldría a cenar conmigo. Soy un rollo. Cuento otra vez lo que escribo en los artículos. Aunque he mejorado algo desde que me he puesto a régimen: tras asumir que por mucho que engordase jamás escribiría como Chesterton, ya no refunfuño ruidosamente cada vez que alguien dice que estamos pidiendo demasiado y decide que quiten las dos raciones de choco frito. También he dejado de poner caritas cuando se imponía el método de cucharón y paso atrás. Aquí el mérito no es mío, sino del Covid, con perdón. Por cuestiones sanitarias, ahora o pedimos cada uno su plato (¡bien!) o, al menos, traen los platos al centro con cubiertos de servir.

Pero todavía me queda lo peor. Cuando inexorablemente alguien propone muy ilusionado sentarnos a la jerezana, que en otros lugares se conoce como a la bilbaína, me niego en redondo. No quiero colocarme los hombres por un lado y las mujeres por otro y menos en mesas separadas. ¿Porque considero que el encanto está en la mezcla? Sí, pero hay otro motivo, y aquí es donde las cosas se ponen peliagudas. Afirmo que no quiero separarme demasiado de mi mujer y entonces cunde la sospecha de que yo quiero más a la mía y me temo que mis amigos tendrán que sufrir cuando lleguen a casa (he visto algún brillo en alguna mirada) algún reproche.

Por ellos, he de confesar la verdad. Quiero sentarme cerca de mi mujer porque salir fuera es la oportunidad que tenemos nosotros para ligar. Si vuestros maridos, queridas amigas, proponen que nos sentemos separados es porque en vuestras casas os atienden como es debido. Yo en casa impongo un silencio monacal o porque estoy leyendo o porque estoy escribiendo o porque estoy pensando en las musarañas (que es la parte importante de mi trabajo). Ella y yo nos hablamos en nuestras cenas.

Me viene muy bien, además, que mi mujer vea de cerca que soy alguien capaz de socializar. Y si cuento algo que os hace de gracia, se pasma. Asumo que os fastidio vuestras cenas diferenciadas de chicas y raudas risas ruidosas y de chicos y dilatadas discusiones futbolísticas o políticas, pero es mi oportunidad conyugal. Tengo que ligar ahí para toda la semana.

Como ya son muchos años, sé que me lo perdonáis todo (hasta las raciones de chocos pedidas a escondidas), pero quería explicarlo bien. Empieza el verano. Nos esperan muchas cenas y no querría que sospechaseis que lo mío es más romántico que lo del resto. Es muchísimo menos.

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