HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Un largo verano

01 de diciembre 2009 - 01:00

N NOVIEMBRE se va habiéndonos ayudado a hacernos a la idea del invierno. El otoño en el sur de España es, en su primera mitad, un verano suave y civilizado o la otra primavera del año, y, en su segunda, invierno sin contemplaciones. Pasamos casi de golpe de los días soleados y cálidos a los fríos y desapacibles. Noviembre esta vez ha alargado la cara buena del otoño hasta casi su final y nos ha librado de brumas, oscuridades y vientos helados. Si el invierno se adelanta, es mes difícil de vivir, largo, monótono y desangelado; si se retrasa, como este año, nos acerca al día más corto del año, que es la esperanza de la resurrección para quienes abominamos del invierno. Por lo general, desde mediados de febrero hasta mediados de noviembre vivimos, el resto del tiempo sobrevivimos. Los años no son iguales unos a otros y a veces nos vienen heladas en abril o en octubre, pero no es frecuente.

Nadie se deje llevar por la intoxicación del cambio climático de una generación para otra porque es parte de las batallas por darle ideología a todo, hasta al clima. El clima cambia, naturalmente. Cambia desde antes de que existiera la vida y ha cambiado con consecuencias dramáticas después de la aparición del hombre. El hombre debe influir sobre el tiempo de la misma manera que influye en su propia evolución y en la de algunos animales, e igual que cambia la geografía natural con sus actividades desde el Neolítico. Al principio de la Historia los sumerios y los acadios convirtieron el desierto en un vergel. Pero los factores que influyen en el clima son tantos y tan variados, previsibles e imprevisibles, que la incidencia de la actividad humana debe ser mínima y local. Y, desde luego, lenta. Con todo, no la debemos negar, pero sí tomarla con reservas y un grado de escepticismo cuando nos llegue como bandera política.

Llueve mientras escribo y la casa esta oscura a una hora en la que la luz debía llenarlo todo. Llueve con lentitud, que es la lluvia buena y benéfica, y se supone que tras la lluvia hará frío, según costumbre antigua de un clima con variantes y matices, pero que no ha cambiado en la memoria de las generaciones. El frío deja el cielo muy limpio y de un azul tristísimo durante el día, verdoso en la línea del horizonte, y de noche se ven más estrellas a pesar de las luces de la ciudad. Lo importante para el ánimo es haber salvado noviembre sin invierno, porque a partir de ahora el tiempo invernal se acepta con más conformidad, como si fuera una prueba de la hostilidad del clima que debemos vivir como algo natural con dignidad y fortaleza, pero con los deseos puestos en los días largos y calurosos, que fueron los de los primeros hombres. Al frío de la noche anual nos hemos adaptado porque el cerebro humano tiene capacidades asombrosas. Tiempo de espera, de silencio y resignación.

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