Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
SIN dinero y sin ningún tipo de posibilidades..., la promesa de no cortarse el pelo en dos años era lo máximo que él podía ofrecerle al Santo -aquel al que su familia había rezado cada hora durante sus esquizofrenias- por haberlo liberado del demonio.
Y no es una forma de hablar..., los desmayos y fatigas que le entraban al caer la noche venían de unas brujerías que le hacían cada madrugada, por un mal de amores, hasta que su padre y sus hermanos, cargados de hierro y acero, bajo una tormenta, se presentaron en mitad del aquelarre... Desde aquel violento encuentro todo volvió a la normalidad.
Por ese mismo motivo, aquella promesa de no afeitarse y de no cortarse el pelo le pareció modesta viendo el resultado..., hasta que al poco tiempo empezó a padecer los agravios que ello conllevaba: no había camino en el que la Guardia Civil -aquella que no lo conocía del pueblo- no lo detuviera para pedirle explicaciones de aquellas pintas impropias para esos años sesenta... Delgado y enclenque como había quedado tras su pesadilla, con una melena negra que le cubría su rostro y amenazaba con ocultar sus hombros, era fácil que le obligaran a pasar el día en un cuartelillo de pueblo hasta que su familia viniera a recogerle.
No tardó en ir a su iglesia para pedir un documento que detallara su situación; un papel que durante dos largos años llevó como un trozo de piel.
Hoy, la Iglesia -afortunadamente- ha perdido gran parte del poder que ha estado ostentando durante siglos; tanto que ahora ni siquiera es capaz de criticar al gobierno por el hecho de que la nueva ley del aborto de Gallardón no haya salido adelante.
Son tiempos, sin duda, para que las creencias de cada persona se liberen, de una vez, del gobierno y control de los poderosos; poderosos que creen que nuestro Dios debe estar a sus pies.
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