Alberto Núñez Seoane

De la lealtad

Tierra de nadie

24 de junio 2024 - 05:20

EN nuestra humilde opinión, la más importante entre las que conocemos por virtudes. Lealtad, este también, ¡divino tesoro! ¿dónde te escondes?, dinos, ¿cuáles son los caminos por los que andas?, ¿encuentras a quien buscas …?, ¿hay quién te busca?

Como todo lo excelso, muy escaso; lo leal brilla por su triste ausencia. Lealtad es cuestión de honor, fidelidad y gratitud, ¡ahí es nada!

Cuestión de honor, sí, uno de los grandes olvidados en nuestros tiempos de progreso. Es él quien determina la actitud que nos hace cumplir con el deber, ganar el respeto ajeno y, lo que más importa: el que nos debemos a nosotros mismos.

Fidelidad, esa, por casi extinta, extrañísima cualidad que nos impide defraudar a quien nos entregó su confianza.

Gratitud. Lo escribió Fiódor Dostoyevski, de modo que no seremos, ni será un servidor de ustedes, quien lo enmiende: “El hombre es un bípedo tremendamente desagradecido”. Pues eso.

Imaginen pues, reunir en una: lealtad, las tres: honor, fidelidad y gratitud. Si, complicado y difícil. Nuestra voluntad riñe a menudo con la razón. Esa parte oscura de la condición humana en la que, amparadas por la ausencia de humildad y nobleza, duermen la soberbia y la vanidad, acunadas por hipocresías y egoísmos; tiene la fea costumbre de imponerse a la otra, en la que la luminosa claridad alumbra. Las sombras no serían posibles sin la luz, es la paradoja que nos lleva; de no existir ésta, no serían posibles aquellas, y si no salvamos su circunstancia, ésta podrá con nosotros.

No puede ser que alguien te sea leal y no haga lo propio con el vecino. Quien observa lealtad ha de comenzar por hacerlo consigo mismo, para poder serlo después con los demás. Por lo tanto el leal lo es con todos y para todo, ni de nueve a doce y de cinco a ocho, ni con este sí y con el otro no. Y no, no piensen que es demasiado pedir, puesto que quien alcanza esa condición, y en tanto la conserve, no puede desprenderse de ella, es consustancial con su actitud en la vida.

La lealtad implica sinceridad. “Quien bien te quiere te hará llorar”, nos enseña el simpar refranero español, y, una vez más, gran verdad nos dice. Alterar la realidad, o sea: mentir, aun por tratar de evitar el sufrimiento a quien apreciamos, es una travesía que no termina en buen puerto, aunque pudiese parecerlo. De la lealtad sólo puedes esperar la verdad, incluso si no es lo que imaginas o quieres escuchar. La confianza que observas en quien es leal, debe obligarle a respetarte, por lo tanto, a no engañarte.

Alguien, dijo que “el respeto se gana, la honestidad se aprecia, la lealtad se devuelve”, y no podría ser de ninguna otra manera, puesto que no hay moneda tan valiosa como ella, la lealtad, por lo que no es posible agradecer ni pagar ni devolver lealtad si no a cambio de lealtad.

Decíamos que lo leal comienza en uno mismo, y no es de modo diferente, puesto que la lealtad camina muy pegadita a la nobleza moral, la honradez y la honestidad. Si hiciésemos sólo una pequeña parte del esfuerzo que dedicamos a intentar conseguir muchos bienes materiales, del todo superfluos, o en alcanzar esos reconocimientos sociales, de quien nada le importamos, por los que se vuelven locos cuarto y mitad de los humanos; a intentar acercarnos, en lo posible, a estos tres valores, el mundo en el que todos viviríamos sería humano, y sin embargo, no lo es.

Concluimos, por hoy, con una contundente y reveladora cita de ese cuento maravilloso, escrito por Antoine de Saint-Exupéry, que es El principito: “La lealtad no se jura, se demuestra”. Y es que no hay falsa lealtad, no llega la traición a los dominios en los que ella reina. Es posible que el fiel se vuelva infiel, la fidelidad es más, digámoslo así, una cuestión de confianza, y es ésta, para el humano, fácil de defraudar; sin embargo no pensamos que pueda ser desleal quien antes fue leal; desleales, por supuesto y por desgracia, hay todos los que se quieran buscar, los encontraremos, de sobra y sin duda, pero no creemos que estos fuesen antes leales, porque nunca lo fueron. “La mente que alcanza la claridad no puede regresar a la oscuridad”, escribió Thomas Paine, político, escritor y filósofo norteamericano de finales del siglo XVIII; pues lo mismo ocurre con la lealtad: quien de veras es leal, lo demuestra y no deja de serlo nuca.

stats